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Para acercarse mejor a la política de hoy en Cataluña, quizá haya que volver la vista al año 2012, cuando Artur Mas anticipa las elecciones y se produce un éxito de CiU con 50 escaños, acompañado de ERC con 21 y una caída del PSC ... que obtenía 20 puestos en el Parlamento de Cataluña después de la marcha de Ernest Maragall y la corriente denominada Nova Esquerra Catalana; el PP con Alicia Sánchez Camacho llegaba a los 19 escaños. Desde entonces el independentismo catalán apostó por el abismo: rompió con la legalidad estatutaria y constitucional, se fracturó la sociedad y al independentismo no le importó defenestrar el autogobierno por el que habían trabajado las generaciones anteriores.
Recomponer el desastre no es tarea fácil y más cuando hay grupos que remueven los rescoldos para que la llama del independentismo radical no se apague y cuando la derecha renuncia a los acuerdos con la izquierda sobre cómo gestionar la plural realidad catalana, aunque con una diferencia no menor: en las elecciones de 2024 el PSC, la izquierda, obtiene en Cataluña 42 escaños y el PP, la derecha, 15. Del PP sabemos a lo que se opone, pero apenas sabemos lo que propone.
El procés y sus efectos ha estrangulado una parte de las bases históricas del crecimiento de la economía catalana, mientras la Comunidad Autónoma de Madrid, entre caña y caña, juega con descaro la carta de la deslealtad fiscal y privatiza servicios.
Cataluña recupera el crecimiento, pero como ocurre en otras Comunidades Autónomas, ese crecimiento no borra los índices de pobreza y desigualdad y se mantienen dudas sobre cómo afrontar problemas vinculados al acceso a la vivienda o a la financiación suficiente de la sanidad pública. Madrid y Cataluña son las Comunidades Autónomas donde menos se invierte en sanidad y en educación en porcentaje por habitante.
Sería interesante constatar que, con la discreción y la seriedad de Salvador Illa como presidente, Cataluña recuperaba su tradicional dinamismo social y económico y se corregían algunos errores a los que el procés llevó a Cataluña.
Dejar atrás el tono más desafinado del procés aliviaría algunas incertidumbres y devolvería la política a la realidad. Ese procés ha pasado de la desorientación al cansancio, y estaría más acabado si no fuera por el papel determinante que los diputados de Junts tienen en la mayoría de apoyo gubernamental en el Congreso de los Diputados. Siempre se habla de Cataluña, pero también debiéramos mirar a Madrid, la tierra que agasaja y condecora a Milei, donde su particular nacionalismo discurre a un ritmo chulapo de chotis.
Las elecciones en Cataluña en las generales de 2023 y en las autonómicas y europeas de 2024, donde ganaron los socialistas y la caída del bloque independentista (por primera vez desde 1980 pierde la mayoría en el Parlament), supone un cierto cambio de ciclo, más allá de lo que puede suceder con la investidura del President, porque nadie sabe lo que puede hacer ERC y menos aun lo que pueden hacer los diputados del desnortado Puigdemont. También los Comunes, la marca de 'Sumar' en Cataluña, debieran decidir qué quieren ser de mayores, si realmente aspiran a madurar un día. Los socialistas en Cataluña encadenan cinco éxitos electorales seguidos: elecciones al Parlament en 2021, municipales y generales en 2023, las catalanas de 2024 y las europeas también en 2024.
Sería útil que Junts y ERC se fijaran algo más en el País Vasco y en las relaciones entre el socialismo y el nacionalismo vasco, aunque la rivalidad entre Junts y ERC hace imposible que lleguen a entenderse con normalidad. Tampoco conviene olvidar que Vox ha obtenido 11 escaños y 2 la Aliança Catalana; la sociedad catalana no estaba vacunada contra la extrema derecha racista y xenófoba.
La ley de amnistía, ausente en el debate electoral en Cataluña, ha creado controversia, también entre los propios socialistas, pero ha permitido superar el victimismo soberanista. La independencia no ha funcionado como reclamo electoral, porque el independentismo se ha manifestado como una pieza averiada. Con la amnistía se puede haber avanzado en una reconciliación entre catalanes y ello no es un éxito menor, pero si se pretendía acercar al independentismo a la realidad constitucional, ese objetivo no se ha conseguido plenamente.
Algunos jueces debieran haberse empeñado con mayor energía en pedir la renovación del Consejo General de Poder Judicial que lleva cinco años y medio fuera del marco constitucional porque los conservadores del PP se han negado a renovar ese Consejo, y ojalá rebajaran su ardor guerrero a la hora de oponerse a la aplicación de la Ley de amnistía. Y si en el horizonte más cercano no hay unas nuevas elecciones, sería bastante deseable que Sumar abandonara sus ansiedades y, con serenidad, se dedicara a no perturbar su papel en un gobierno de coalición.
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