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Los datos de los encuestadores de cabecera de la derecha daban a Alberto Núñez Feijóo mayoría absoluta con Vox en las elecciones del pasado 23 de julio. Pero algo falló y el líder conservador se entregó a las peticiones y exigencias de Vox y la ... realidad le situó sin posibilidades de gobernar, definiendo su ámbito de acción a las comunidades autónomas y ayuntamientos ganados en coalición o con el apoyo de la extrema derecha. Feijóo comenzaba a sentir en la nuca el aliento del sector más duro del PP liderado por Aznar, Díaz Ayuso, Esperanza Aguirre o Cayetana Álvarez de Toledo con apoyo de aliados económicos y mediáticos.
El PP tendría que entender (creo que ya lo sabe, como lo sabe el PSOE) que ser el partido más votado no siempre equivale a gobernar. Son las servidumbres de la naturaleza parlamentaria de nuestra democracia.
Feijóo pidió a Sánchez que le permitiera gobernar dos años con un pacto que aislara a los independentistas, aunque al mismo tiempo el presidente popular buscara apoyos del PNV e incluso de Junts per Catalunya. No buscaba el apoyo de Sánchez, porque sabía que no le iba a encontrar. Pretendía un lavado de imagen para consumo interno de su partido. Quien hizo de la «derogación del sanchismo» su razón política de ser pedía a Sánchez que desarrollaran juntos el programa de gobierno del PP en dos años. La frase «derogar el sanchismo», le sirvió a Feijóo de excusa para tapar sus errores, mentiras, peligrosas amistades y la falta de programa de gobierno. Deberá reflexionar desde la oposición y aprender por qué no encuentra aliados.
Ganar las elecciones no otorga derecho a amenazar, a insultar o a fomentar la crispación. Cuando se manifiesta agresivo y arrogante como candidato de una no investidura; dedica su discurso a señalar a quien no es candidato; no acepta que carece de apoyos para gobernar; repite doscientas o trescientas veces que ha ganado las elecciones y señala a los demás como responsables de sus dolores, ¿qué pensar de sus negativas a renovar el Consejo General del Poder Judicial, a la revalorización de las pensiones, a aumentar el Salario Mínimo, a revisar la reforma laboral, a la regulación de la eutanasia, a la ley de Memoria Democrática… y a tantas otras medidas que durante los últimos años han beneficiado a las personas y que no contaron con el apoyo del PP?
Hemos visto y leído la decepción de seguidores locales que, en su desconcierto y dificultades para encajar el fracaso de no poder gobernar, han podido aliviar su frustración encontrando refugio en las glorias imperiales, en lecturas de Vázquez de Mella, en hablar de cómo salvar a España de rojos, antipatriotas y proetarras, en decir lo que sufrirá Cantabria por ello y en soltar improperios a quienes evitaron el triunfo electoral completo de Vox y PP.
Escuchando a Núñez Feijóo en el debate de su investidura fallida, he tenido la impresión de había olvidado que era el encargado por el Rey para intentar ser investido presidente del gobierno de España y dedicando su discurso al no candidato hacía méritos para liderar con dignidad a la oposición parlamentaria.
Está bien hacer llamamientos para que otros reflexionen y se responsabilicen de lo que hacen, pero ¿quién debe reflexionar y responsabilizarse de decisiones políticas en ámbitos de la sanidad, la cultura, la educación, la igualdad o la convivencia que están desarrollando los gobiernos del PP en coalición con Vox?
Fernando Vallespín escribía hace días: «Es una ironía, pero uno de los países más antiguos de Europa sigue navegando por la historia sin saber que es en realidad». El nacionalismo es hoy el debate que sirve de coartada para no pronunciarse o no debatir sobre temas de interés real para la ciudadanía y evitando ese debate, estamos diciendo que sean los mercados, los poderes financieros y mediáticos más conservadores, a quienes nadie ha votado, los que fijen las reglas de juego y decidan por nosotros.
En algún momento habrá que debatir los problemas reales y dejar algo aparcados los temas metafísicos que tanto nos atraen en las mesas redondas, artículos de opinión y barras de bar. Sería más deseable y útil debatir sobre empleo de calidad, salarios, seguridad ciudadana, defensa de la sanidad y la educación públicas, cómo enfrentarse a la inflación, las posibilidades de acceso a una vivienda digna, el alcance actual de la protección social…
Terminado el debate de la investidura fallida, ha quedado claro que un Feijóo crecido se ha gustado en su papel de líder de la oposición, pero ha evidenciado que ha roto puentes y posibilidades de acuerdo con quienes no hace mucho eran sus aliados habituales y he recordado una frase de Jordi Amat: «La lectura defensiva de la Constitución para enfrentarse a los soberanismos impide avanzar en la institucionalización del Estado».
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