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Donal Trump consiguió los 270 delegados necesarios para llegar a la Casa Blanca. No fueron suficientes la esperanza que representaba Kamala Harris ni su campaña ... electoral. Trump atrajo el voto de hombres jóvenes blancos, bastante del voto latino, de afroamericanos temerosos ante el feminismo, de los trabajadores esperando que Trump apoye el proteccionismo de la industria nacional, de la América profunda que rechaza la globalización aunque sus productos se vendan en mercados lejanos, de evangelistas que multiplican sus iglesias y cuentas corrientes y esperan la prohibición del aborto en cualquier circunstancia y el voto de los ricos de siempre amantes de las desregulaciones, las rebajas fiscales y de la reducción del Estado. Se impuso la marea tóxica ultraconservadora.
Las guerras de Gaza y Líbano y la intransigencia de Netanyahu no favorecieron a Kamala Harris; no fue suficiente el voto femenino y los meses de campaña frente a los cuatro años de soflamas y mentiras de Trump, el mismo que no reconoció los resultados electorales de las presidenciales de Joe Biden e intentó un golpe de Estado asaltando con sus descerebradas centurias el Capitolio el 6 de enero de 2021. Ahora tiene la Presidencia del país, mayorías en el Senado y en la Cámara de Representantes, un Tribunal Supremo a sus pies y el apoyo de instancias que dependen de la Presidencia.
Llegan tiempos de venganza y brindarán por la elección de Trump en Moscú, en Jerusalén, en Pyongyang y en Budapest, también en algunos hogares europeos donde sujetos de pocas luces intelectuales, pero de impulsos peligrosos, sueñan con levantar una Europa de patriotas donde desaparezcan los Estados con capacidad para intervenir en la vida de los ciudadanos.
Si como ha sucedido en Estados Unidos ganan las fuerzas conservadoras extremas y sitúan en la Presidencia a un autócrata cuyo único valor conocido es su chequera y su ignorancia, ¿por qué no podemos hacer lo mismo en España, en Francia o en Alemania, aunque el candidato local no tenga el dinero por castigo?
El 'Brexit', Trump, Meloni, Bolsonaro, Bukele, Milei, Díaz Ayuso, Viktor Orban, Abascal, Esperanza Aguirre… son nombres que aspiran a que el mundo sea gobernado por retrógrados, populistas y xenófobos. Son los que galvanizan ese malestar confuso y difuso que existe en nuestras sociedades occidentales, asustadas por las insatisfacciones económicas derivadas de un mundo globalizado, donde nadie confirma si existen las certezas.
El objetivo de Trump y sus millonarios, es destruir el marco multilateral surgido de 1945: desestabilizar el Fondo Monetario Internacional, abandonar los acuerdos de Breton Woods, hacer tambalear a la OTAN y a la Unión Europea y despreciar a la Organización Mundial de La Salud y a los mecanismos de cooperación internacional.
Si Trump regala el triunfo a Putin en su agresión a Ucrania, será una severa derrota para la democracia, un horror para el mundo libre y una presión insoportable para la Unión Europea y la OTAN. Con Trump en la Casa Blanca se abre una guerra comercial cuyas consecuencias las dictará el tiempo. Nada le gusta más a este fanfarrón tabernario que comprar lo que se le ofrezca y que él y sus amigos pueden mercadear con el aislacionismo en el ámbito internacional.
Es significativa su alianza con los gigantes tecnológicos, los más ricos del planeta y los mayores defensores del autoritarismo sin normas. La elección de uno de ellos para que ajuste la administración gubernamental, despida funcionarios, recorte normas y reestructure las competencias y el personal de las agencias federales, desde un llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental, es la declaración de intenciones de reducir el Estado, su presupuesto y su personal. Las consecuencias las pagará el ciudadano norteamericano. Trump es un tipo peligroso con notoria sed de venganza, falta de respeto al diferente y desprecio a la inteligencia.
Quizá estamos asistiendo a una realidad a la que los demócratas debiéramos de prestar atención. Los partidos políticos y los medios de comunicación tradicionales, sufren hoy una crisis de credibilidad y confianza y pueden dejar de ser los agentes habituales de intermediación en la política. Esa quiebra de confianza la llenan estos nuevos líderes carentes de ideas, mediocres en su vida personal y producto de algoritmos que alguien maneja en su beneficio.
A la clase política convencional se la intenta situar ajena y lejana a la realidad y el mensaje más simple es útil para empastar conceptos complejos que exigen una mínima reflexión. Acerquémonos a la realidad más inmediata y tratemos de entender por qué durante el covid 19 murieron en Madrid 7.291 personas en las residencias de mayores sin asistencia hospitalaria, por qué alguien propone desplegar al Ejército en las fronteras para impedir la llegada de cayucos a España o por qué aquí en Cantabria apenas si escuchamos ideas ante problemas que nos afectan.
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Ana del Castillo
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