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Dice Rubiales que le pidió un piquito a Hermoso sin deseo, como cosa natural. Lo mismo que Torrente pide en sus películas pajillas sin mariconadas. La sombra del grasiento es alargada en nuestro país, y seguimos generando noticias que parecen sacadas de un guion de ... Segura. Así, la madre del besucón se ha declarado en huelga de hambre dentro de una iglesia, porque «es muy creyente y se ha puesto en manos de Dios» ante la «cacería, inhumana y sangrienta» que hacen con su hijo. Acaso pretende evocar desde el recinto sagrado el beso traidor de Judas a Jesús, aunque no debe olvidar que también fue en una iglesia donde Celedonio, el acólito lúbrico de 'La Regenta', besó a la protagonista de la novela con viscosidad de sapo. Como escribe Gabriela Mistral, «hay besos que engendran la tragedia».
Lo cierto es que yo, presidente del Club Natación Camargo, nunca he tenido el impulso de pedirle un piquito a ninguna de mis nadadoras, ni cuando parecían mis hijas, ni ahora que ya parecen mis nietas. Como tampoco he desatado las emociones deportivas hasta el punto de agarrarme por esa zona de la entrepierna que incita a exclamar con virilidad: «¡toma ya, con un par!».
En cuanto a los besos, será por mi bagaje cultural, prefiero perderme en la contemplación del famoso cuadro del pintor austriaco Gustav Klimt, donde lo sensual y lo espiritual se mezclan. Pude apreciarlo en Viena, y ahora me recreo de nuevo en la exposición inmersiva 'El oro de Klimt', que acabo de visitar en el Palacio de Exposiciones. La alcaldesa Gema Igual, cuando presentó el proyecto, quiso inundar las redes sociales con besos para «mostrar al mundo entero la belleza y la diversidad de los vínculos emocionales que se forjan en la ciudad».
Por supuesto, todos consentidos.
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