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Hace cuarenta años, Juan José Losada, ejecutivo de Anaya, me dijo que el ordenador personal iba a convertir a la humanidad en una aldea global. Entonces ya habían llegado los prototipos, pero fue la explosión geométrica de las ventas posteriores la que ratificó el pensamiento ... que tuvo el filósofo canadiense McLuhan en los primeros años setenta del pasado siglo, cuando vaticinó la gran importancia que tendrían los medios electrónicos en la futura interconexión humana. Ahora, resulta incuestionable que estamos instalados en aquella aldea global. Y de ello son responsables las tecnologías que surgieron al abrigo de los primeros ordenadores balbucientes, fundamentalmente Internet. Por poner un ejemplo, su técnica me permite transitar, cómodamente sentado, la misma calle de La Fusterie por la que deambulé en mis bordeleses veranos adolescentes. También ha solucionado algunos crímenes, el último, que se sepa, en Tajueco, Soria, donde una imagen retrataba a un hombre colocando un fardo, que a la postre resultó ser un cadáver, en el maletero del coche. Es la tecnología, ese gran hermano que lo ve todo y además nos permite conversar y vernos, aunque estemos a miles de kilómetros de distancia. Miradas de ida y vuelta en un planeta abarcable.

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