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Quienes debían dictar sentencia frente a los diferentes criterios que mantenían Pablo Zuloaga y Susana Herrán, con respecto a los resultados de las votaciones de su partido, lo han hecho tarde y, según algunos, mal. Los seguidores de cada uno reclamaban justicia desde su particular ... perspectiva, pero tanto en Madrid como en Cantabria pretendían dejar la casa sin barrer. Parecían repetir el dicho bíblico: «Aparta de mí este cáliz de amargura. No se haga mi voluntad, sino la tuya». La Comisión Regional de Ética se vio forzada a intervenir y falló a favor de Zuloaga, aunque quedó la sensación de que la derrota fortalecía a los derrotados, algo que acaba de proclamar el Comité Federal de Ética al convertirlos en ganadores.
Al que sí va a cargarse un análisis retrospectivo, esta vez con el beneplácito de todos, es a Íñigo Errejón. Ahora será examinado de sus rejonazos pretéritos, porque olvidó el abecé de la habilidad seductora que, según los manuales de uso, se debe emplear con «destreza para controlar y doblegar la voluntad de los demás sin recurrir a la violencia física ni a la presión psicológica». Una cuestión de tacto. Pero, dale a Manolillo un carguillo y comprobarás cómo se las gasta en cuanto toca algún resorte de poder, si no tiene la cabeza amueblada con una ética sólida. En su caso parece que no existía otro tacto que el manual, el del manoseo y el abuso, muy alejados de la prédica de su partido, que reprobaba la fuerza de cualquier clase y no permitía dar más pasos que los refrendados por el «solo sí es sí». Robert Green sostiene que «todas las áreas de la vida social exigen la habilidad para convencer a la gente sin ofenderla ni presionarla». Unamuno lo había certificado: «Vencer no es convencer». Errejón lo sabía. Desde otro enfoque, también deberían tomar buena nota Susana y Pablo.
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