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Hablaba el pasado domingo mi amigo Javi Llamazares de la edad y los peligros que con el paso de los años nos acechan en los ... recodos de la vida. Y eso que apenas ha iniciado las primeras rampas de la cincuentena. Qué diremos quienes ya vislumbramos la pancarta de los setenta –más próximos, por lógica, al final de la etapa–, y tomamos pastillas como suplementos imprescindibles para el camino. Es una cuestión de perspectiva, importantísima para tener una visión (opinión) global.
De jóvenes, la mirada solo sabe enfocarse hacia adelante; luego, con las vivencias de la edad, se acumulan experiencias que nos permiten echar la vista atrás para poder apreciar otros matices. Recientemente, en la boda de un notario –me han dado fe–, los invitados treintañeros, compañeros de los novios, terminaron cantando el cara al sol, como nosotros cantábamos 'Paquito el chocolatero'. Quiero pensar que lo hicieron como gracia, desconocedores de la realidad de aquella España de represalias, mandiles, sabañones y rosario.
Con diecinueve años, en 1976, mucho más jóvenes entonces que ellos ahora, mi compañera Lines y yo pudimos ver en el cine la película de Chaplin 'El gran dictador'. Se había estrenado en 1940, pero en nuestro país no pudimos descubrirla hasta la muerte de Franco, porque su lobreguez censora la había prohibido (¿sería porque, a diferencia de quienes ahora lo reivindican como paladín del desarrollo y la paz, él sí se consideraba un dictador?). Ver al dictadorzuelo hacer malabarismos con la bola del mundo, en un tiempo que avanzaba con paso dudoso hacia la democracia, nos invitaba a no tropezar con la misma piedra.
Aunque solo sea por eso, amigo Javier, los años no siempre vienen mal. Porque últimamente algunos se empeñan en convencernos de las bondades de un tiempo que en absoluto fue mejor.
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