Borrar

Entré en el bar del pueblo por un impulso inexplicable. Pero una vez dentro, ya no me atreví a salir (mi padre me había dicho que para ser «un hombre de verdad» tenía que aprender a alternar). La música ambiental cantaba el beso que un ... caballero español le había dado en el puerto a una dama que no conocía. Los pinchos estaban en la barra, sin protección. Un grupo de paisanos jugaban al mus, el cigarro colgando de los labios, con una copa de sol y sombra que le daba calor a la garganta y al propio juego. Me miraron como se mira en las películas del Oeste al extraño que entra en una cantina. Había serrín en el suelo, lo recuerdo, quizá para ocultar los huesos de aceitunas o las cabezas de las gambas que se daban de tapa con los chiquitos de vino. De las paredes colgaban como trofeo cabezas de venado de amplia cuerna, y un cartel en el que un niño le pedía a su padre que no blasfemara. La televisión, a la que unos cuantos prestaban atención, daba imágenes de una corrida de toros. «Quita al Escobar y dale voz a la tele», dijo uno de los espectadores. Desde la barra, el dueño apagó la radio, y comenzó a sonar con fuerza «Marcial, eres el más grande, se ve que eres madrileño…», ahogando los mugidos del toro. Intenté salir de aquel lugar irrespirable, pero mis piernas se trabaron, como si estuvieran entre sábanas. Y efectivamente, lo estaban. Lo comprobé al despertar entre sudores de un mal sueño confeccionado con imágenes del pasado.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Premoniciones