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Patricia Font, la directora de 'El maestro que prometió el mar', me confesaba tras la proyección de la película en el Festival de cine Cibra de Toledo que, de mutuo acuerdo con el escritor y productor Francesc Escribano, en la trama había tenido en cuenta ... casi al pie de la letra las apreciaciones de José Antonio Abella, porque le parecía incuestionable «el rigor de su investigación y la fiabilidad que aportaba en cada detalle».
En efecto, Abella, tras cuatro años de investigación rigurosa, recoge en su novela 'Aquel mar que nunca vimos' toda la verdad sobre el maestro catalán Antonio Benaiges. Por eso participó en la revisión de nueve guiones de la película. Pero el camino no fue fácil. El escritor burgalés mantuvo «abruptas discusiones» para conciliar puntos de vista. En una carta durísima escrita en la madrugada del 26 al 27 de julio de 2022 decía, tras haber analizado el último libreto: «Con respecto a varias de mis discrepancias, me temo que serán inútiles a estas alturas, con el rodaje a punto de comenzar. Si alguna os parece descarnada, no me lo tengáis en cuenta, por favor: debo de poseer algún gen aragonés en mi sangre castellana, y ya sabéis lo que se dice de ellos, que confunden ser sincero con ser brutal». Y en verdad que la carta se las traía; en un momento determinado llegaba a manifestar, refiriéndose a un giro del guion, que «retorcer la verdad [de ese modo] me produce un malestar cercano a la náusea».
Afortunadamente su descarnada sinceridad no cayó en saco roto y, según me comentó el escritor y crítico Jose Ignacio García, que asistió junto a él a la primera proyección pública en la Seminci de Valladolid, «pude sentir su emoción en diversas fases de la trama que habían respetado sus apreciaciones».
Siendo todas muy importantes –al maestro, en Bañuelos, le llamaban Antonio, no Antoni; no se debía incidir en el analfabetismo de Castilla, porque el de Cataluña era igual o mayor; se debía ahondar en el compromiso político de Benaiges; las gentes de Bañuelos no cavaron las fosas de La Pedraja…–, la principal, la que le había removido las entrañas, era que los restos de Antonio Benaiges de «ninguna manera» podían estar enterrados en la fosas de La Pedraja, porque aquel lugar horrendo no había entrado en 'funcionamiento' hasta el 25 de julio de 1936, y a Benaiges lo habían matado el 19 de julio, como refiere en su novela, tras tener acceso al diario del hijo de Rafael Martínez Moro, la última persona que vio con vida en la cárcel al maestro catalán: «el domingo 19 de julio, al maestro de la escuela de Bañuelos de Bureba, que también le habían detenido por la mañana, le dieron una terrible paliza, que sangraba por todos los sitios y por la noche se lo llevaron y nunca más se supo de él. Se supone que le asesinaron en la Machacadora, un paraje que hay a la entrada de la carretera de Santa Casilda».
Afortunadamente, todo ello se recoge fielmente en la película, a la que el propio Abella, tras su emotiva visión vallisoletana, consideró «digna de verse: por lo rigurosa, por lo emotiva, por su lucha contra la desmemoria». Y la película reconoce el trabajo de Abella dándole un puesto de honor en sus agradecimientos finales, porque, aunque no se basa directamente en su novela, le debe mucho a su meticulosa precisión. (Una nota sutil para los espectadores: Abella descubre en la novela que Benaiges tenía una novia en Briviesca, una chica de dieciséis años –quizás por ese motivo permanecía aún en Burgos el 19 de julio–. No se pierdan en la película el matiz delicado de sus miradas, en la escena del baile de una jota).
Película y novela apoyan su recorrido mutuamente: la primera está teniendo gran éxito de público –en algunos pases los espectadores, al final de la proyección, se ponen en pie para aplaudir–; la segunda tiene en marcha su sexta edición.
La conmovedora historia del maestro Benaiges no cayó en el olvido.
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