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Me temo que, aunque desde la tozudez partidista algunos no quieran reconocerlo, la salud de nuestra sanidad pública es precaria. Y con esa ofuscación acérrima ... mal se pueden resolver sus serios problemas. Cuando se conoció la noticia de que en Cantabria habían empeorado las listas de espera hasta alcanzar las peores cifras nacionales, un diputado regional del PP manifestó que la situación de partida de la sanidad cántabra era «mala tras el Gobierno PRC-PSOE y no mejoraría en meses», pero el plan de reducción de las listas de espera del PP «ya estaba dando sus frutos» (increíble, pero verdad). También el consejero culpó al Estado, el pasado lunes, de los problemas de nuestra sanidad regional, al tiempo que negaba el caos que denunciaban la oposición y los profesionales.
Está claro que si siguen echándose las culpas unos a otros tendremos la batalla perdida, de ahí que los partidarios de la privatización de la salud se estén frotando las manos y machacándonos con anuncios de medicina y seguros privados, al ver nuestro miedo de quedar desatendidos o mal atendidos (siguen el ejemplo de las empresas de vigilancia, que han encontrado en el mantra de los okupas un maná de pánico para su expansión). El miedo es libre.
Por mi parte, siempre me he preguntado cuál será la respuesta de esos hospitales privados cuando tengan que enfrentarse a una pandemia, o cuando sus asociados sean tantos que no den abasto para atenderlos, y cuál la reacción de las empresas de seguridad si, por ejemplo, suenan mil alarmas en el mismo instante.
No soy político (el apellido Herrán que copa los titulares no es el mío) ni tengo la solución, pero sí la certeza de que estamos obligados a cuidar de lo público. Porque, le pese a quien le pese, es de todos.
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Ana del Castillo
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