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Siempre, desde muy joven, sentí debilidad por Blas de Lezo, como la siento por los hombres de la mar, en general, y por aquellos cántabros que son historia de la Armada, participaron en grandes descubrimientos, navegaron por aventura o se ganaron la vida en mercantes ... y pesqueros. Sea por vocación, sangre y herencia, tengo presentes, entre otros, los nombres de Alsedo Bustamante, Pero Niño, Juan de la Cosa, Juan Fernández de Isla, Luis Vicente de Velasco, Bernardino de Escalante, Juan de Santander o José de Bustamante y su expedición científica y política alrededor del mundo al gobierno de la corbeta Atrevida, con montañeses de peso a bordo, mientras Malaspina iba al mando de la Descubierta. Un monolito frente a la Grúa de Piedra, en Santander, guarda memoria de muchos de estos personajes, por si alguien quiere acercarse y verlo.
No sé lo que enseñan hoy en las escuelas, pero pregunto y no saben quién fue Blas de Lezo. Natural de Pasajes, tuerto, manco y sin una pierna a consecuencia de combates anteriores, el llamado mediohombre infligió a Inglaterra la más vergonzosa derrota de su historia. En marzo de 1741 llegó a Cartagena de Indias, base comercial vertebradora del imperio español, una fuerza formidable compuesta por 190 barcos –Lezo tenía seis–, 2.500 cañones y 27.000 hombres para asaltar una plaza defendida por 3.000. Seguro del éxito, el almirante Vernon anunció la conquista por adelantado. Londres se echó a la calle y fue acuñada una moneda conmemorativa. La fatal noticia tardó en conocerse. La genial estrategia diseñada por Lezo destrozó al ejército invasor y causó una carnicería. Vernon, humillado, solo ordenó la retirada cuando ya sumaba 17.000 bajas.
Se cumplen tres siglos del nombramiento en 1723 de Lezo como general de la Armada y jefe de la Escuadra del Mar del Sur. Más cerca en el tiempo, hace solo dieciocho años, Reino Unido festejó el bicentenario de Trafalgar –la victoria de su Marina sobre la flota hispano-francesa– con una gran parada naval, presenciada por 250.000 espectadores, a la que invitó a un centenar de buques de guerra de treinta y cinco países. Otro monolito recuerda en Santander esa batalla en la que murieron quinientos montañeses. El ministro de Defensa en 2005 era José Bono y España envió a Portsmouth un portaaviones, el Príncipe de Asturias, y una fragata. La reina Isabel II pasó revista a los barcos, incluida la fragata española, seguramente no elegida al azar sino para que los ingleses no olviden lo que vale un peine. Porque el nombre de esa fragata era Blas de Lezo.
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