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La distancia es larga en El Sardinero, pero las mareas de sigicia dictan las normas en las playas de la bahía. Cuando el Sol y la Luna unen su formidable fuerza de atracción, el planeta responde alzando y bajando las tierras y las aguas. Se ... producen entonces las mareas vivas de Cantabria, la notable diferencia entre alturas, el juego perpetuo del flujo y reflujo que tanto admira a los que solo conocen las mareas de cuadratura, las mareas muertas. En la bajamar, asunto de perigeos y resonancias, el arenal se ensancha y permite la andadura que comienza en La Fenómeno, continúa por Los Peligros y La Magdalena y termina en Bikinis. La vista cambia de pronto, desvelados los secretos que la pleamar esconde, y surge allí, frente a los islotes de La Horadada y de los Ratones, un panorama de increíble belleza.
Más adelante, las grandes bajamares santanderinas muestran la piedra al aire, desnudan el dromedario al que llamamos camello, y lo enseñan completo. La retirada de las aguas permite acercarse hasta tocarlo, mientras apenas asoma la cabeza y su joroba en el regreso de la mar plena, que se hace dueña del paisaje y lo empequeñece todo. Es agradable el paseo en este tiempo de retroceso, durante el cual esa playa, la de El Camello, la de La Concha y la Primera y la Segunda de El Sardinero se convierten en una sola. Si accedemos a ellas por la calleja del Tenis, después de atravesar la playuca nueva, Los Peligros y La Magdalena, pronto queda atrás la figura del Neptuno niño repuesto en la islita, su lugar de siempre. Andando despacio, nos empapamos de la magia de un mundo único y distinto cada vez.
En el ciclo macromareal diario –dos arriba, dos abajo–, la pleamar embellece la bahía, aunque encubre también el deterioro que el paso de los años va dejando en los pilares de los muelles, remozados en parte recientemente, en tanto la luz se refleja en un espejo y el Club Marítimo, azotado a menudo por los temporales de suradas, simula flotar. Pero es la bajamar de las mareas vivas la que enseña los tesoros de la costa, y nos ofrece la visión de un paraíso cercano, que muchas veces miramos sin advertir. Es como si existiera una realidad doble, por la que contemplamos en plenitud aquello que nunca vemos o no vemos siempre. Las rocas sumergidas se exhiben unas horas antes de ocultarse de nuevo «en dos olas que vienen juntas / a morir sobre una playa / y que al romper se coronan / con un penacho de plata».
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