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La colegiala califica de «engendro cósmico» primero, y «reptil venusiano» después, al chico ausente que, según parece, no tiene ninguna intención de ennoviarse, o como se diga ahora, con su compañera de aula. Son insultos novedosos, influidos seguramente por el hecho de que las dos ... adolescentes acaban de asistir a una conferencia divulgativa sobre los secretos del universo. Las rampas mecánicas las trasladan calle Lope de Vega arriba, junto a otros alumnos del centro escolar, quienes comentan lo divertido de un encuentro en el que les llamó la atención un dato sorprendente y novedoso para ellos: el valor económico calculado de un solo asteroide, el Psyche 16, posible núcleo metálico de un planeta fallido situado entre Marte y Júpiter, es de unos nueve trillones de euros, lo que supone cerca de diez mil millones por cada habitante de la Tierra.
En las charlas y coloquios actuales sobre astronomía, sea en Cantabria o en otro lugar, se destacan los hallazgos del telescopio James Webb en sus primeros meses de trabajo. Este prodigio tecnológico de mirada infrarroja es capaz de analizar la composición atmosférica de un planeta a miles de años luz o de acercarnos a las galaxias tempranas. El Webb, producto de la colaboración entre las agencias espaciales de Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá, promete desvelarnos algunos de los grandes misterios por resolver, entre ellos el de la materia oscura. Pero si la comunidad científica se felicita por sus grandes prestaciones, el telescopio arrastra un problema inicial hasta ahora irresuelto: su propio nombre. El instrumento más poderoso jamás lanzado al espacio para observar lo nunca visto ensalza a un personaje poco recomendable.
La polémica nació hace un tiempo, pero se ha recrudecido en las últimas semanas. El país del '#Me Too' (Yo también), movimiento que animó a las mujeres a denunciar los casos de agresión, abuso y acoso sexual, bendice que el telescopio más avanzado honre a uno de los responsables del llamado 'terror lila', la purga de homosexuales que la NASA y otras administraciones estadounidenses llevaron a cabo en los años sesenta y setenta. Las denuncias de diversos colectivos, incluidos científicos y astrónomos, no han servido de nada, y aunque la presión continúa, es poco probable la marcha atrás. Por ello, cuando se expliquen en las clases de astronomía sus logros extraordinarios, conviene decirles a los escolares cántabros que ese telescopio vigilante de los cielos, una obra maestra del ingenio humano, enaltece a un homófobo, James Webb.
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