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«La veraz poesía es imposible: / Poesía es cantar lo inabarcable. / No hay mente humana que asga lo inasible, / lengua humana que exhale lo inefable». ... Jesús Pardo
Doy tan por supuesta la posibilidad de morir cualquier noche que ni pienso ya en ella», había escrito Jesús Pardo en 'Noctuario', un breve diario publicado en una cuidada plaquette en 1998. Así sucedió en la madrugada del sábado. Sobre su vida gravitaron dos pasiones: una, la memoria de su vida 'sardinerina', como él decía; otra, su pasión por la lectura que le llevaría a la escritura. Las dos, de una manera más o menos evidente, estuvieron reflejadas en su intensa vida. La primera, en sus primeras novelas y en sus memorias. La segunda, en su inmensa biblioteca personal. Pardo fue poeta, narrador, cuentista, periodista corresponsal en varios países, diarista, memorialista, ensayista y traductor. Su amor por la palabra escrita le llevó a dominar varios idiomas («Idiomas para leer, no para hablar») e interesarse por la etimología de las palabras. La historia y la música ocuparon asimismo su interés. Como historiador dirigió la colección 'Historia 16', escribió sobre hechos y personajes históricos, especialmente del Imperio Romano y muchos de sus relatos y poemas lo plasmaron. Como melómano fue un asiduo espectador del Teatro Real facilitado por su domicilio en un edificio de la Plaza de Oriente de Madrid.
En su larga y densa trayectoria literaria yo destacaría dos momentos puntuales. El primero, cuando publica 'Ahora es preciso morir' en 1982, obra con la que llega al gran público en el contexto de la nueva narrativa española surgida con la Transición Democrática, junto a otros narradores más jóvenes. Una obra a caballo entre lo autobiográfico y la ficción. El segundo momento llega con la edición de 'Autorretrato sin retoques' en 1996, primera parte de unas memorias realmente deslumbrantes que tuvieron continuidad con dos volúmenes más, 'Memorias de memoria' (tenía una memoria de elefante y no necesitó consultar datos) y 'Borrón y cuenta vieja'. Nunca se habían publicado unas memorias tan duras y críticas en España, sin contemplaciones con nadie, en las que, además, de evocar momentos de su vida desde sus primeros años en su Sardinero natal a su etapa como corresponsal, fundamentalmente en Londres, describiendo la corrupción del periodismo en los años del franquismo y su vinculación al poder, censura y autocensura incluida. Tuvo la valentía de citar muchos nombres de las alcantarillas del Régimen durante la etapa ominosa que había concluido unos años antes así como de las casposas tertulias literarias. Ni consigo mismo tuvo indulgencia. Jesús Pardo era cronista y personaje de los episodios que narraba y con la misma actitud describía a todos. Más conocido como narrador, también escribió mucha poesía. No olvidemos que estuvo en los comienzos de 'La isla de los ratones' con Manuel Arce. En su poesía, sobre todo en las tres partes que integraban los últimos poemas publicados bajo el título, 'Gradus ad mortem', está muy presente el paso del tiempo, la memoria y el olvido y la muerte. Está presente también una religiosidad recobrada. En 2001, Jesús Pardo, después de un largo e intenso proceso de reflexión, decide volver al cristianismo. Él mismo lo explica en 'Borrón y cuenta vieja': «Reentrar en el cristianismo en el año 2001 no sólo me alimentó y me liberó espiritualmente: me limpió, me fijó y me dio esplendor; pero, además, le añadió nueva pujanza a mi ego».
Traté mucho a Jesús y a su mujer, Paloma, los últimos años. Le había conocido cuando estando de director en el instituto de San Vicente de la Barquera le invité a que diese una charla a los alumnos. A partir de esa relación pasarían algunos días en verano en mi apartamento frente a la playa. Allí escribió Jesús muchos poemas. Le gustaba señalar la fecha y el lugar en donde los escribía. Les visité en su casa de Madrid. Paloma representó el refugio y la reconciliación con una vida austera lejos de los excesos de alcohol y sexo a los que se había entregado en su época fundamentalmente de corresponsal y que él contó en sus memorias, entregándose a la escritura y la lectura, engordando su atiborrada biblioteca en la que se alternaban los libros en pluralidad de idiomas y cuadros y objetos sentimentales de sus múltiples viajes como periodista. La 'rana viajera' se autodenomina en un momento dado. Intenté que llegara a buen puerto la adquisición de su biblioteca por la Consejería de Cultura pero no fue posible.
Me cupo el placer de editarle en 2014 su última obra, la novela 'Rojo Perla', en el sello El Desvelo que entonces codirigía. El libro fue presentado en Madrid por su gran amigo Manu Leguineche. Más tarde firmaría ejemplares en la caseta de Cantabria en la Feria del Libro. Culto e inteligente, profundo admirador de Dante y su 'Divina Comedia', a la que citaba casi constantemente y de la que tenía varias traducciones, siempre recordaré su profundo sentido del humor («El humor es secreción de la inteligencia, algo consustancial a la mente») puesto de manifiesto reiteradamente en sus conversaciones. También su sonrisa entre bonachona y socarrona, un poco de pillo cuando se mostraba irónico. Porque como siempre decía Paloma, Jesús en el fondo era muy ingenuo, ni pensaba ni creía hacer daño a nadie.
Gracias a sus libros su imagen permanecerá más fácilmente en nuestro recuerdo.
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