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Faltó la guinda. En los 56 días de vértigo transcurridos desde las elecciones autonómicas del 28 de mayo hasta las legislativas del 23 de julio, ... el PP de Cantabria se ha sacudido el polvo de ocho años en la oposición, se ha hecho cargo del Gobierno regional, ha extendido su poder municipal hasta los 48 ayuntamientos, casi la mitad de los de la comunidad, y hasta ha ganado las generales en Cantabria con más pena que gloria, pero no ha podido rematar la faena que hubiera consagrado la llegada de Feijóo a La Moncloa.
Para un Ejecutivo autónomo siempre es bueno tener un amigo mandando en Madrid, máxime si como el PP de Cantabria gobierna en minoría y necesita todos los apoyos que tenga a su alcance.
Por ejemplo, un amigo que recuperase el control de población del lobo, derogado por la ministra Ribera bajo presión ecologista. Sería un trámite rápido, sin coste económico y con un alto valor simbólico, un gesto reconfortante para toda la población de la Cantabria rural, sin diferencias políticas,
Y no digamos nada si en el nuevo Gobierno central reapareciese un ministro como Íñigo de la Serna con aquella costumbre suya de visitar Cantabria los fines de semana para licitar algún proyecto de infraestructuras o para terminar de una vez los espigones de La Magdalena. Con el anterior Gobierno de coalición, Pedro Sánchez tenía algún detalle de vez en cuando con su partido y con su aliado Revilla que agitaba el 'papeluco'. Habrá que ver con cuánta diligencia se emplea con el Ejecutivo Buruaga. Bueno, la posibilidad de que haya nuevas elecciones generales sigue abierta si el mapa político se demuestra ingobernable. O más difícil todavía: una gran coalición del bipartidismo, que cuenta con 258 de los 350 diputados del Congreso. Si a Feijóo y al PP les hubiesen salido las cuentas para ser investido, y quizá para gobernar, con el apoyo de Vox, eso podría haber dulcificado las relaciones en los dos partidos en toda España, también en Cantabria donde andan a la gresca. Pero ahora es en el ámbito nacional donde se enfrentan y se echan la culpa mutuamente de no haber desalojado a Pedro Sánchez.
Aquí ya se sabe que Vox ha roto con el PP y hasta vota junto al PSOE contra la investidura de María José Sáenz de Buruaga por haberse echado en brazos del PRC y por negarles su presencia en el Gobierno como ha sucedido en otras regiones. La portavoz parlamentaria de Vox, Leticia Díaz, es la más beligerante con el PP y hay otros dirigentes en el partido de la derecha radical menos exigentes, que se hubiesen conformado con la presidencia del Parlamento y/o el senador autonómico, pero esa negociación nunca se ha producido.
En el PP interpretan que es la inquina radical de Vox la que progresivamente les empuja al entendimiento con el PRC, primero para la investidura, luego para nombrar senador autonómico al popular Íñigo Fernández, y en lo que queda de año para algunas leyes que lleguen al Parlamento, por ejemplo la de los Presupuestos 2024.
El regionalismo busca un equilibrio entre su papel como partido de la oposición, que es el que le corresponde, y su compromiso de colaborar con la estabilidad del Gobierno minoritario que preside Buruaga. En el PRC entienden mayoritariamente que esa es la posición prudente que conviene en este periodo transitorio que debe conducir a la sucesión de su gran líder, Miguel Ángel Revilla. En algún momento se manejó este otoño como el momento adecuado, pero con el vértigo político que se está viviendo, tal vez sea más aconsejable aplazar el proceso al menos hasta la próxima primavera.
A partir de ahí, el PRC, que ha dado un doloroso paso atrás al renunciar a participar en las elecciones generales dada la evidente debilidad que dejó patente el 28M, tendrá que ir buscando los mimbres que le permitan ser un partido competitivo cuando lleguen las urnas de 2027. El primer objetivo es elegir un líder que sea en lo posible digno sucesor del irrepetible Revilla. Y en el mismo nivel, mantener hasta donde se pueda la potencia municipal. Con toda seguridad, el PP mira con interés a muchos valiosos alcaldes regionalistas y ellos se dejarán querer por el partido que corta el bacalao en el Gobierno.
El PSOE cántabro ha cumplido un buen papel en las elecciones generales, al empatar a dos diputados con el PP dominante. Una buena noticia tras verse fuera del Gobierno y de importantes gobiernos municipales en las urnas de mayo. Entre dimes y diretes sobre su relación, el secretario general, Pablo Zuloaga, envía al Congreso a su número dos, Noelia Cobo, en compañía de Pedro Casares y del senador Secundino Caso, pero ella se va a mantener al frente de la secretaría de organización, un órgano clave en el aparato del partido. Lo mejor para el PSOE, además de que probablemente seguirá teniendo amigos mandando en Madrid, es que ha dejado de ser dependiente del PRC para emprender su propio camino, aunque al principio le toque enfrentar una dura travesía del desierto.
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