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Cuando había llegado el ecuador del ciclo electoral de 2024, tras Galicia y País Vasco, y se iniciaba la travesía hacia las urnas catalanas y europeas, de pronto Pedro Sánchez desbarata el escenario político con un bombazo sentimental y se sitúa en el centro del ... universo. España en vilo mientras Sánchez para y reflexiona de miércoles a lunes sobre si renuncia o sigue al frente del Gobierno de una España en la que la mitad conspira contra su esposa y contra él mismo. Más que un presidente con una mayoría inestable que le impide legislar con garantías o aprobar los Presupuestos del Estado es un caudillo que sólo responde ante sus legiones. Si mañana deja el Gobierno cabrá pensar que, a la expectativa de las hipotéticas revelaciones escandalosas con las que tanto se especula, en Pedro Sánchez opera el factor humano que muy a menudo no se tiene en cuenta en la política. Si se queda, arropado por el PSOE y sus aliados, el inédito episodio parecerá un cuenterete victimista sobreactuado por Sánchez en su propio beneficio.
Tanto si es sincero como impostado el dilema que Sánchez enuncia en su carta a los españoles, en los argumentos que maneja en el proceso de tomar tan trascendental decisión falta autocrítica. Antes que nada, la polarización radical de la política, la agresividad dialéctica, la falta de respeto y decoro dibujan un paisaje irrespirable que el presidente atribuye en exclusiva a la 'derechona' de PP y Vox, y a sus terminales judiciales y mediáticas, cuando él mismo es tan responsable como el que más de tanto deterioro. Sánchez es el líder socialista que tiene grabado en su frontispicio ideológico el 'no es no' al PP en todo momento, el que no quiere ser presidente de todos los españoles, sino sólo de los que 'somos más', el que levanta un muro entre los que le apoyan y los que opinan distinto, el que coloniza las instituciones en su favor. Sánchez ni siquiera se molesta en camuflar su sectarismo, más bien intuye que le beneficia.
En segundo lugar, la reacción drástica de Sánchez por los ataques a su esposa sugiere que, a su juicio, la conducta de Begoña Gómez ha sido ejemplar. Y no hay nada de eso. La esposa del presidente del Gobierno no puede aceptar una cátedra, aunque sea honoraria, sin una acreditación académica adecuada ni puede lanzarse a recomendar o a conseguir prebendas en las altas instancias empresariales en las que no contaba antes de ser la esposa del presidente. Y es difícil creer que Sánchez no haya evaluado en algún momento el riesgo de que su mujer comprometiese al matrimonio con sus gestiones. Seguramente, las actividades de Begoña Gómez no merecerán el reproche legal que persigue el sospechoso sindicato Manos Limpias, pero hasta los socialistas de juicio más ecuánime admiten en voz baja que la conducta de Gómez no le ha hecho ningún bien a la imagen de su marido.
Por lo demás, las quejas por el acoso a Begoña Gómez son entendibles, sólo que no difieren mucho de cuando Pedro Sánchez en persona, su número dos Montero y todo el PSOE ponen en la picota a la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso por vías indirectas: la de su hermano, cuyo caso vinculado a las mascarillas fue archivado por dos fiscalías, la de su novio acusado de fraude fiscal, o cuando jalean el bulo que mancha la honorabilidad de la esposa de Alberto Núñez Feijóo.
Al Gobierno y al PSOE le ha faltado tiempo para activar todos sus recursos en esta crisis, con la fiscalía intentando frenar la investigación del juez contra la esposa del presidente, y la militancia movilizada para ayudar en la presión judicial y mediática, y para reconfortar a Sánchez de manera que cuando mañana termine su retiro se sienta dispuesto a seguir al mando. A los socialistas no les llega la camisa al cuerpo ante una hipotética renuncia. En un régimen tan cesarista como el sanchismo resulta difícil identificar liderazgos de repuesto mínimamente presentables. La vicepresidenta Montero por rango político, Zapatero como mentor, Illa si no estuviese centrado en Cataluña, como opciones de emergencia. Ayer el Comité Federal rindió homenaje al jefe ausente con la veneración de una corte medieval. Nueve cántabros en el órgano de gobierno del PSOE y muchos más –cuatro autobuses– en la adhesión nutrida y apasionada al líder en la calle Ferraz.
En los foros políticos y en las tertulias mediáticas tienden a pensar que si Sánchez estuviese decidido a dejar el Gobierno lo hubiese hecho ya, sin ejercicios espirituales por medio. También lo quiere creer la militancia socialista que cruza los dedos para que el líder, una vez ha dado pública prueba de amor por su esposa, retome sus responsabilidades, afronte quizá una moción de confianza o finja que no ha pasado nada, se incorpore a la incierta campaña en Cataluña e intente preservar en una difícil negociación con el independentismo el precario Gobierno que preside. Si se queda o si se va, Pedro Sánchez está resuelto a marcar los tiempos y los acontecimientos.
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