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Lo peor que puede pasar a alguien en cualquier actividad, y naturalmente también en la política, es que no se lo tomen en serio, que ... es lo que en buena medida le ha pasado a la moción de censura de Vox y de Ramón Tamames. Como enumeró el propio Santiago Abascal en su discurso victimista sobre el mal trato que los medios dispensan a su partido, la moción ha sido tildada de esperpento, teatrillo, patochada, circo, disparate… Digamos más suavemente que la moción es una ocurrencia en el fondo, en la forma y en los detalles.
No tiene mucho sentido hablar de una censura a Pedro Sánchez cuando en realidad se trata de un balón de oxígeno al presidente en las vísperas de unas elecciones autonómicas y locales a las que el Partido Socialista llega desgastado. Tampoco se sostiene que Vox haya elegido un candidato que no comparte una buena porción de sus postulados. Lo que Tamames defendía en 2017, anteayer como quien dice, sus propuestas genuflexas sobre la nación catalana, el traslado del Senado a Barcelona y otros privilegios y cesiones a aquella región chirrían en un candidato de Vox. Como sus opiniones sobre la agenda 2030, las políticas de género o el modelo autonómico.
La moción de censura no es, no debe ser, sólo el discurso teórico de un venerable profesor en un foro institucional, es el proyecto político de quien aspira a ponerse al frente del Consejo de Ministros y dedicarse con plena energía a cambiar el rumbo de la política española. Tamames no está en condiciones de asumir esa misión.
De la 'performance' en el Congreso a la que Vox concurrió sin más votos que los suyos, Pedro Sánchez sale encantado e ileso, Yolanda Díaz tuvo una buena cuota de protagonismo para su proyecto 'Sumar', al PP de Alberto Núñez Feijóo le hicieron un poco la 'pìnza' entre Abascal y Sánchez, pero no parece un percance tan grave. Está por ver si Vox consigue algún avance en la opinión pública. La moción de censura de Vox y de Tamames se quedará en un episodio de corto recorrido en el anecdotario de la política nacional.
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