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Qué ha dicho Pablo, que salimos a ganar o que salimos a sumar?», bromean los socialistas más escépticos sobre el éxito en las elecciones autonómicas ... y municipales del mes de mayo como no sea mediante la renovación del pacto con el PRC de Revilla que permita al partido que lidera Pablo Zuloaga mantenerse en el Gobierno regional y al frente de un buen puñado de ayuntamientos importantes. El tramo decisivo de la ofensiva electoral se inicia con la Conferencia Política, que busca la movilización socialista contra las diversas incertidumbres que le sobrevuelan: los efectos de la política nacional de Pedro Sánchez, las discutidas candidaturas en los principales municipios, los vaivenes en la gestión y los comportamientos poco edificantes en el Gobierno.
A los barones socialistas que se juegan el poder en mayo les inquieta las consecuencias electorales de asuntos como la eliminación del delito de sedición, el abaratamiento de la malversación o el fiasco de la ley del sólo sí es sí, y hasta tienen autorización de Madrid para aplicar estrategias propias, tomar distancias con el Gobierno Sánchez y así aliviar el desgaste. El PSOE cántabro no lo ve necesario. Aquí Sánchez y todos los ministros socialistas son bienvenidos, aunque nos manden trenes que no caben en los túneles.
La Conferencia Política, aligerada de los temas controvertidos como la protección integral del lobo o el urbanismo del medio rural que trae la Ley del Suelo para facilitar la cohesión, es el instrumento elegido para definir el programa y dinamizar la carrera hacia las urnas. El oficialismo pondera el discurso de Zuloaga ante los 300 delegados, estimulante e integrador, especialmente con el poco afín PSOE de Santander, y celebra que el partido salga del encuentro con las pilas cargadas. No todos comparten el mismo entusiasmo, pero sí se percibe un clima de cierre de filas ante el trascendental ciclo de elecciones locales, autonómicas y generales del año en curso.
Los buenos augurios del compañero Tezanos y los amables deseos de victoria de los ministros Iceta y Bolaños reconfortan al personal socialista, pero no disipan todas las dudas, por ejemplo sobre la idoneidad de los principales candidatos municipales. En Torrelavega, el aspirante, José Luis Urraca, está bastante harto de que se señale su debilidad, desde dentro y desde fuera del partido. Si todos le atacan, dice, por algo será, quizá por ser el más activo en la precampaña y el rival a batir. Urraca se hace acompañar en el cartel preelectoral por su valedor, el exalcalde Cruz Viadero, bien valorado en las encuestas del partido.
En Santander, Daniel Fernández tiene hechuras de buen candidato, pero es bastante desconocido para la opinión pública, quizá porque ha permanecido demasiado tiempo opacado bajo la tutela de los otros dos miembros del triunvirato socialista de Santander, el diputado en el Congreso y secretario general, Pedro Casares, y la delegada del Gobierno, Ainoa Quiñones. Fernández se enfrenta, como mínimo, al desafío de consolidar al PSOE como segunda fuerza en la capital, frente al empuje del nuevo candidato regionalista, Felipe Piña, y como líder de la oposición buscar un pacto para desalojar a la popular Gema Igual, si es que salen las cuentas. Un comité de expertos, con todos los candidatos socialistas santanderinos de las últimas décadas, asesora a Fernández.
Es un hecho evidente que si no consigue buenos resultados en Santander, un tercio del electorado cántabro, y en Torrelavega, es difícil que el PSOE prospere en el ámbito regional. En 2019 ganó dos escaños, de 5 a 7, por la desaparición de Unidas Podemos, que ahora se sitúa en torno al umbral del 5% que precisa para volver al Parlamento. Puede que no lo consiga, pero le descuente al PSOE una bolsa de votos muy golosa.
En el Gobierno regional, Pablo Zuloaga despliega toda la artillería disponible con los avances del Mupac, la terapia de protones, la Ley de Ciencia o la Memoria Democrática, pero no todo son alegrías. Por ejemplo, la Sanidad agitada por las turbulencias de los altos cargos y las deficiencias en los servicios desde los tiempos de María Luisa Real. Vino después Miguel Rodríguez hasta que aguantó los embates de la pandemia y de las crisis internas, y llegó servicial Raúl Pesquera a darlo todo por Pablo Zuloaga, como él mismo dijo, pero los problemas siguen.
Otro asunto preocupante son los chanchullos de los altos cargos, como la consejera de Economía y su mano derecha por los puestos directivos a la carta que se buscaron o la directora de Juventud por los contratos con la empresa en la que había trabajado. Más allá de que los casos sean o no perseguibles judicialmente, lo cierto es que transmiten la idea de impunidad desde el poder y dañan la imagen del partido al que pertenecen y de sus dirigentes. Y de paso permiten que cuando el presidente Revilla sale como un cohete a exigir que se depuren responsabilidades suena como que le está echando una bronca en público al vicepresidente Zuloaga. Resulta bastante bochornoso, pero a veces hay que aguantar el tirón al imprescindible socio de ayer, de hoy y de mañana.
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