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Por un futuro de locos, pero que no sean los nuestros» fue el brindis que pronunció Alfonso Guerra en Santander en marzo de 2017. Acababa ... de llenar hasta la bandera el Ateneo con una conferencia sobre las misiones pedagógicas de la II República y en la cena posterior en El Riojano fue agasajado por la flor y nata del PSOE de Cantabria: tres secretarios generales, Jaime Blanco, Lola Gorostiaga y Eva Díaz Tezanos, y destacados dirigentes como Jesús Cabezón, Rosa Inés García, Ramón Ruiz y también Pedro Casares, el primer sanchista de Cantabria, a quien Guerra miraba con recelo. Faltaban seis meses para el 1 de octubre en Cataluña que nos ha traído hasta aquí y Pedro Sánchez, 85 diputados en las últimas elecciones, fulminado por el Comité Federal poco después, se preparaba para volver al mando con un triunfo arrollador en las primarias frente a Susana Díaz que hirió de muerte al viejo PSOE.
Lo que ha cambiado el escenario: Pedro Sánchez lleva cinco años al frente del Gobierno y ejerce un dominio férreo sobre el partido, mientras que Guerra, Felipe González y quienes les siguen son casi unos apestados por defender las mismas convicciones que Sánchez defendía públicamente hasta que paulatinamente fue renegando de ellas: que lo sucedido en Cataluña era un delito de rebelión, que los condenados cumplirían sus penas íntegramente, que no habría indultos, que traería a Puigdemont a España para someterlo a la Justicia, que la amnistía es imposible porque no cabe en la Constitución, que en el Congreso sólo se hablaría en español…
A Felipe y a Guerra no les van a expulsar del PSOE como a Redondo Terreros, al menos de momento, pero ya están sometidos al escarnio público desde el propio partido. También en Cantabria. Antes del sonado acto en el Ateneo de Madrid, el secretario general de los socialistas cántabros, Pablo Zuloaga, ironizaba en las redes sociales: «Seguro que González o Guerra valoran positivamente el trabajo de @sanchezcastejon al frente del Gobierno de España (a tiempo están) (…)», En algún grupo socialista los contenidos eran directamente insultantes para los históricos sevillanos.
Los socialistas cántabros que no se han reciclado como sanchistas, que alguno queda, asisten resignados a la displicencia o el desprecio hacia quienes refundaron el partido, lograron el récord de los 202 diputados en 1982 y estuvieron catorce años en el Gobierno por parte de quienes no pasan de la tercera plaza en las urnas autonómicas ni han sido capaces de conquistar Santander en cuatro décadas largas. En fin, que la obediencia cotiza más que el palmarés. Hay dos baremos: entre los 7,7 millones de votantes del PSOE el 23-J seguramente son mayoría los que rechazan la amnistía, pero entre los menos de 160.000 militantes ganan por goleada los que aplauden lo que Pedro Sánchez diga en cada momento. «Este PSOE no es de los dirigentes, históricos o actuales, es de los militantes», proclamaba muy ufano Óscar Puente en el Congreso, cuando Pedro Sánchez, escondido para no hablar de la amnistía, le ordenó salir a morder a Feijóo: «Sal tú, que a mí me da la risa».
En este clima convulso afronta Sánchez la investidura luego que Alberto Núñez Feijóo no pasara del intento, tal como estaba previsto. A Feijóo se le ha hecho larga la travesía, entre otras cosas porque los González Pons, Ayuso, Aznar, Sémper, etc. le han complicado la vida con sus gestos, opiniones, ocurrencias y contradicciones. Es posible que la concurrida manifestación del domingo pasado en Madrid reconfortara a Feijóo ante el debate de investidura. El desprecio grosero de Sánchez no ha impedido que el candidato del PP saliera del trance como el solvente líder de la oposición que aspira a ser presidente del Gobierno cuando toque.
Sánchez no se deja impresionar por el clamor callejero ni por las estériles llamadas a la rebelión de González y Guerra, y del PP. Insinúa que tiene bien encarrilada su investidura apoyada por un bloque que llama progresista aunque en él tengan cabida las derechas independentistas de Junts y PNV. ERC afirma que la amnistía ya está pactada y Sánchez asegura que no rebasará el marco constitucional.
En el laboratorio socialista manejan una variedad de escenarios alternativos, unos más verosímiles que otros: que el PP podría ofrecer sus votos para evitar el chantaje separatista, hay división de opiniones en el partido, pero Feijóo se resiste y reclama nuevas elecciones; que los altos tribunales españoles podrían paralizar la amnistía; que el imprevisible Puigdemont y también ERC, juntos o por separado, se crezcan todavía más y exijan para apoyar la investidura la amnistía, la autodeterminación, un relator que vigile la negociación y 450.000 millones de propina… Incluso cabe la opción de que Sánchez cambie de planes, que es su especialidad, y resuelva que es mejor convocar nuevas elecciones envuelto en la bandera de España y abrazado a la Constitución antes que rendirse a la extorsión separatista. En el partido y en la corte mediática aplaudirían como siempre la última pirueta del presidente en funciones. Y a lo mejor hasta le saldría bien.
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