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Cuando en las elecciones autonómicas del año pasado Leticia Díaz y Cristóbal Palacio ocuparon los dos primeros puestos de la candidatura de Vox, se presentaron como un buen tándem y no les faltaba razón: eran contemporáneos, compartían formación, antecedentes políticos y una capacidad dialéctica que ... les permitiría brillar en el Parlamento. La armonía no duró más allá de la campaña porque desde el principio de la legislatura se han sucedido uno tras otro los ruidosos escándalos de una fractura inevitable. Menos de un año después de los comicios, Vox Cantabria, el partido que más había crecido proporcionalmente en las urnas, es un proyecto fallido, para decepción de sus afiliados y votantes.
Las expectativas políticas de cada cual, la pugna por el protagonismo, los posicionamientos distintos respecto al PP ganador de las elecciones, hicieron saltar por los aires la cohesión del grupo parlamentario de Vox; casualmente dos mujeres por un lado, Leticia Díaz y Natividad Pérez, y dos hombres por el otro, Cristóbal Palacio y Armando Blanco.
El PP, en minoría parlamentaria, quería gobernar solo con acuerdos que representasen al más amplio segmento de la sociedad cántabra que fuera posible, más allá de los bloques tradicionales, Con ese planteamiento, para la investidura de María José Sáenz de Buruaga, el PRC era prioritario en el pacto, pero Vox no quedaba excluido, podía incorporarse, incluso con alguna contrapartida. Pero Leticia Díaz no aceptaba menos que entrar al Ejecutivo y a eso se negaba Buruaga, así que Vox ha estado en la oposición al PP junto al PSOE: las diputadas, más drásticas, y los diputados, más contemporizadores, al menos en los asuntos importantes.
El enfrentamiento ha ido de mal en peor. Niko Gutiérrez, primer coordinador del grupo parlamentario, creyó que a pesar de las diferencias los cuatro diputados preservarían la unidad de acción y de voto, pero cuando uno de los múltiples episodios de crisis mandó a Gutiérrez de vuelta a su Vizcaya de origen, su sucesor, el diputado del Parlamento catalán Toni López, ha visto acentuarse la ruptura. El que fuera líder del partido en Cantabria, Emilio del Valle, tampoco ha podido reconducir la situación.
Ya desatadas las hostilidades, un día a Palacio le recortan el sueldo parlamentario con los votos de sus compañeros y otro día Palacio da la réplica boicoteando la posición del partido en una iniciativa vinculada a un asunto menor de la política ganadera del PP, en medio del barullo porque las instrucciones del voto no llegaban desde Madrid, en ese régimen de disciplina vertical que Vox tiene implantado sin que se vea su eficacia por ningún lado.
En el seno del Vox más antiguo quieren ver una coartada para el conflicto en el hecho de que de los cuatro diputados protagonistas, sólo uno, Armando Blanco, podría ser considerado como un 'pata negra' del partido de Abascal, mientras que los otros tres, Díaz, Palacio y Pérez, proceden del convulso PP que saltó por los aires dividido en dos allá por 2017 y han traído consigo el estigma de la división. Bueno, puede que la teoría sirva de consuelo a quienes guardan las esencias de Vox, pero no se sostiene muy fácilmente.
El deterioro interno de Vox Cantabria en el Parlamento ha llegado demasiado lejos como para que tenga un arreglo sencillo, ni en Cantabria ni en Madrid. El régimen disciplinario de las multas no asusta mucho. La presión a veces funciona, pero lo esencial es que los escaños pertenecen a los diputados que los ocupan mientras no decidan abandonar la Cámara y dar paso a los siguientes en la lista autonómica que Vox presentó en mayo pasado. Todo puede suceder, pero no tiene esa pinta.
De momento, los parlamentarios y asesores de Vox exhiben en el Hospital de San Rafael sus diferencias a la vista de sus adversarios, sin rubor, con ruido, con cuchicheos, desplantes o sonrisas maliciosas, en un despliegue de frivolidad irrespetuosa con los 35.600 cántabros que les votaron hace once meses, cuando el partido dobló su representación en el Parlamento, de dos a cuatro diputados.
Guillermo Pérez-Cosío, que fue el único concejal de Vox en Santander en la anterior legislatura y luego dejó el partido cuando fue relegado en las listas, llama la atención sobre el hecho de que las siglas están retrocediendo en toda España mientras que otras formaciones europeas del mismo corte político avanzan claramente con pronósticos optimistas en las elecciones a la Eurocámara. Pues si esa es la tendencia nacional, con el espectáculo que están dando en Cantabria el futuro se presenta oscuro. El PP celebra aliviado el no haber llegado a un pacto de gobierno en el comienzo de la legislatura con un socio tan inestable como Vox y se apresta a sustraerle todos los votos que pueda en las futuras citas electorales. En el aparato de Vox restan importancia al conflicto interno. Dicen que más grave les parece a los militantes del PP que el Gobierno Buruaga haya pactado con el PRC de Revilla, su gran enemigo histórico.
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