De jíbaros, maxi bancos y palmeros
LA TIERRA DORMIDA ·
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Admito mi propensión al reduccionismo y que malicio con frecuencia -seguro que ingratamente- de los políticos, en los que vengo advirtiendo cierta zuna en jibarizarnos. ... Probablemente sea iniquidad, por lo que me adelanto, si no es así -que no será-, en pedir disculpas, pero es que, además, soy suspicaz. Los indígenas amerindios reducían las cabezas de sus enemigos para, exhibiéndolas, hacer desistir a quienes tuvieran la tentación de menoscabar su poder. Me produce cierta desazón que en esa línea vaya el banco/asiento más grande de España -tres metros de altura y casi seis de largo-, un abrumador gigante ante el que cualquiera empequeñece, que bien podría servir para despistar los problemas reales -destrucción de empleo y reducción poblacional- y que, además, sirva de mobiliario en la construcción de esa ciudad distópica de felicidad y apariencia (Torrelaveganízate).
En las milicias se provocaba una cortina de humo para impedir ver al enemigo el movimiento de las tropas, en definitiva -trasladado a la sociedad que ahora a los políticos les ha dado por llamar 'civil' (no sé cómo se verán ellos)-, que el ciudadano no se detenga en lo verdaderamente importante. Las heridas de Torrelavega no se cauterizan con un banco o un anagrama; la sangría no se detiene con escenarios para autofotos.
Pero todo se digiere porque siempre habrá palmeros, esos que con sus lisonjas impiden al rey saber que va desnudo. Como los artistas, los políticos tienen sus palmeros porque necesitan estar bien acompañados cuando suben al escenario; forman el cuadro flamenco que se encarga de decirles lo bien que lo hacen. Los ha clasificado el periodista Dani Mateo: Hay palmeros 'motivados', los que desde el silencio refuerzan el discurso de su líder. Nada que ver con los palmeros 'improvisados', convocados en el último momento, cuando el caudillo lo necesita. Luego están los palmeros 'canteranos', jóvenes que intentan hacerse un hueco alabando al jefe; y yo añado los 'testamentarios', los que se heredan por temor o amor, que de todo hay.
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Ana del Castillo
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