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El último libro de la Biblia cristiana se llama 'Apocalipsis'. También, libro de las revelaciones o de las profecías. Trata, entre otras consideraciones misteriosas, del fin del mundo mediante los cuatro famosos jinetes: la guerra, el hambre, la peste y la muerte, que asolarán la ... tierra, al final de los tiempos. Es un libro enigmático y tremendista, a cuyo simbolismo ha recurrido periódicamente todo el mundo cristiano, durante el largo periodo teísta de la humanidad. Pero desde 1789, pasando por 'La muerte de Dios', de F. Nietzsche, la sociedad ha entrado en una nueva era, que filósofos, sociólogos, historiadores, y no pocos teólogos de vanguardia han dado en llamar posteísmo, afirmando que el teísmo es una creencia no tanto rechazable como puramente obsoleta. Según esta postura, el concepto de Dios pertenece a una época del desarrollo humano hoy en día superada.
Frank Hugh Foster, clérigo estadounidense, en 1918 hablaba ya de cómo la cultura moderna había llegado a una etapa posteística en la que la humanidad había tomado posesión de los poderes y la creatividad que anteriormente había proyectado en Dios (recordemos al recientemente publicado 'Homo Deus', de Y. N. Harari). Ante estas consideraciones, hoy nadie piensa que el mundo llegue a su fin porque Abadon (el ángel exterminador bíblico) venga con sus cuatro jinetes a destruir la Tierra. Esos «fatídicos jinetes» han existido siempre y existirán sin intervención alguna sobrenatural, solo que hoy, han aparecido en la escena social muchos más y más terroríficos, un verdadero ejército. Entre tales «jinetes» hay que incluir: la superpoblación, la ciencia mal encauzada, la técnica, la información, las catástrofes naturales y el terrorismo; a los que yo añadiría de propina: las luchas ideológicas (políticas y religiosas) y la rebelión populista, como sucedánea de 'La rebelión de las masas', que ya denuncio en 1927 Ortega y Gasset. Para constatar todos estos asertos, no hace falta nada más que mirar la «ensalada» de calamidades que estamos viviendo en nuestro presente.
Pero dejando aparte aquellos jinetes fatídicos cuya labor destructora no entra dentro de nuestra capacidad de control, por pertenecer al dominio exclusivo de la propia naturaleza, sí que voy a considerar aquellos que dependen de la física social, es decir, de gobernantes (políticos) y gobernados (pueblo). «En una buena ordenación de las cosas públicas -dice Ortega- la masa es lo que no actúa por si misma..., ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada, pero no ha venido para hacer eso por sí. Necesita referir su vida a una instancia superior, constituida por las minorías excelentes. Discútase cuanto se quiera quienes son los hombres excelentes; pero que sin ellos -sean unos o sean otros- la humanidad no existiría en lo que tiene de más esencial, es cosa sobre la cual conviene que no haya duda alguna: se trata de una ley de la física social, mucho más inconmovible que las leyes de la Física de Newton. El día en el que impere en el mundo una autentica filosofía -única cosa que puede salvarlo- se caerá en la cuenta de que el hombre es, tenga de ello ganas o no, un ser constitutivamente forzado a buscar una instancia superior. Si logra por sí mismo encontrarla es que es un hombre excelente, en caso contrario, es que es un hombre masa y necesita recibirla de aquel». Estas palabras dichas hace ya un siglo tienen plena vigencia hoy día y constituyen el evangelio de la doctrina social que nadie ha sabido asimilar y menos poner en práctica. Mas para que la filosofía impere, y gobierne al mundo, basta con que la haya, es decir, con que los filosofo sean filósofos e imperen. Platón ya lo dijo, pero ignoraba lo que era la verdadera filosofía y sus afirmaciones fueron funestísimas. Desde hace cientos de años, la mayoría de «los filósofos son todo menos eso. Son políticos, pedagogos, literatos o son hombres de ciencia». El destino de la masa es ser dirigida por hombres excelentes, pero no los tiene o los ignora, y en consecuencia, se rebela contra su propio destino. Se convierten en un aluvión de disturbios sociales y destrucción, cuyo exponente más significativo lo expresa la juventud actual con sus botellones y algaradas. Casi todas las ideologías, tanto políticas como religiosas que circulan por las avenidas de la vida social, se convierten en masa porque no tienen mentes filósofas y excelentes que las conduzcan, sino líderes sin escrúpulos que las narcotizan.
Miremos nuestro panorama nacional, nuestro parlamento, nuestros políticos y sus partidos..., y miremos también al resto del mundo.
Entre los desastres naturales y los provocados por nuestras miserias humanas, estaremos contemplando, no a los cuatro jinetes del Apocalipsis bíblico, sino al enjambre de ellos, que nos llevarán al fin total de nuestra existencia, y todo, gracias a la torpeza de nuestros dirigentes, convertidos en jinetes de una Apocalipsis profana sin sentido. No obstante, aún estamos a tiempo de reaccionar si somos capaces de encontrar y seguir las directrices de esos filósofos verdaderos, que los hay, a menos de que nuestras «capillitas» ideológicas y fanáticas, nos sigan enfrentando.
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