Cantaba Gardel a ritmo de tango que veinte años no es nada, por lo que, si echamos cuentas, una década es aún menos, mucho menos: ... la mitad. Justo la mitad de nada, una década, cumple este año la primera regulación con vocación general de la transparencia pública en nuestro país. Si pudiéramos trazar una línea de tiempo, de edad, no habríamos alcanzado ni siquiera nuestra adolescencia en rendición de cuentas. Y aunque, si bien esto es cierto, también debemos reconocer que hemos pegado un buen estirón, con algún que otro dolor de huesos, cierto, y con ese acné que revela aún nuestra menoría. Todavía enclenques y canijos si nos medimos con algunos vecinos de puerta como los países nórdicos, a los que en esto nos gustaría parecernos un poquito más superando la evidencia de nuestros rasgos y cultura tan divergentes en este ámbito.
Durante un año, como si se tratase de un gabinete médico al que le encargan la elaboración de un bebedizo para fortalecer el crecimiento de ese impúber, una docena de personas hemos trabajado arduamente para ofrecer al Gobierno esa fórmula para seguir avanzando en transparencia de la gestión pública. Un encargo que asumimos con el compromiso tácito de defender las conquistas logradas en este tiempo y de protegerlas ante los caprichos de quienes se sienten incómodos ante la mirada colectiva y panóptica que les observa. Conscientes de que no hay nada que sea inmune a estos ataques y para muestra la situación por la que atraviesa el que, creíamos inexpugnable, el órgano de control de la transparencia en México, el INAI.
La receta resultante es una composición compleja, pero posible, con un ingrediente clave: compromiso. Un compromiso que nos aleje de una vez por todas de la lista roja de las rondas de evaluación que lleva a cabo el grupo de estados contra la corrupción (GRECO) o de seguir descendiendo en los índices de percepción de la corrupción que elabora Transparencia Internacional año tras año. Lamentablemente sigue siendo muy costoso convencer de que la rendición de cuentas, que algunos confunden con la propaganda, es obligada cuando de la gestión de los intereses generales hablamos. Es inconcebible tener que hacer esa labor de pedagogía con quienes toman las decisiones que a todos nos afectan –ese 'cromosoma' debería aparecer en un ficticio examen genético que pudiéramos hacerles–, pero aún más resulta cuando es a la ciudadanía a quien hay que persuadir de esta necesidad. Seguimos siendo harto condescendientes y transigentes con el irresponsable, con el pillo y marrullero, y así nos resulta más difícil progresar.
Es cierto y hay que reconocerlo, que la pandemia, a pesar de sus efectos devastadores en todos los ámbitos, trajo algo bueno consigo y fue situar en un primer plano, traer a la palestra, la importancia de la información como una medicina más. Marcó un antes y un después. De una ausencia prácticamente absoluta de trabajos de periodismo de datos, de investigación elaborados partiendo del ejercicio del derecho de acceso a la información, a un presente en el que no hay edición diaria de ningún gran periódico que no dé cuenta de alguna noticia relacionada con la transparencia que no sea fruto del derecho de acceso a la información. Cierto es que muchas de ellas son 'necrológicas'.
Concienciar de la necesidad de mayor transparencia en la gestión pública sigue siendo un reto. Las leyes no se bastan por sí solas para inocular en nuestras cabezas este concepto que, sin embargo, entronca directamente con los valores democráticos. La exigencia de transparencia no es algo ridículo, fútil ni caprichoso. No debe situarse por encima y a toda costa de cualquier otro derecho o interés digno de protección, pero tampoco debe ser siempre la perdedora en el resultado de todas las ecuaciones. No podemos cejar en el empeño de seguir haciendo pedagogía y cultura de la transparencia. Necesitamos construir otros paradigmas en nuestro país que, además de consolidar nuestras instituciones, nos permita evolucionar hacia una democracia más abierta y participativa.
No perdamos el ánimo, que ya estamos a mitad de nada.
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