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Desde hace ya demasiado tiempo los medios de comunicación, los políticos, los ciudadanos venimos contando muertos. Primero fueron los muertos ucranianos y enseguida los muertos rusos. Al principio fueron algunas decenas de hombres, mujeres, niños, ancianos… pero en pocos días pasamos a contabilizarlos en cientos, ... después en miles, ahora en decenas de miles… Hace menos tiempo, aunque ya también demasiado, comenzamos a contar los muertos de Israel y Palestina: más de 250 jóvenes israelíes fueron masacrados por sorpresa en un festival. Casi inmediatamente comenzamos a contar los muertos de Hamás, de soldados israelíes, de civiles principalmente palestinos: otra vez cientos, miles, decenas de miles… Y lo que nos queda por contar.
Contamos los muertos porque queremos saber y porque queremos que se sepa, pero ¿saber qué? ¿Cuántos muertos van en cada bando? El número de muertos nos permite visualizar la magnitud obscena de la barbarie, su grosera cantidad. Y ni siquiera esto, puesto que las cifras varían muy significativamente según las distintas fuentes de información. ¿Quién y cómo se cuentan los muertos? Contar muertos en una guerra no es como contar sepulturas en un cementerio aunque, por lo visto, así se han llegado a contar en algún pueblo ucraniano. Y es que es muy difícil contar con precisión los muertos antes de que las guerras acaben, entre otras razones porque en una guerra reconocer o no los muertos es parte de la estrategia militar. Y las cifras 'oficiales' ¿no responden también a intereses políticos? ¿Cómo explicar, si no, este constante baile de muertos? El caso es que necesitamos tenerlos contados aunque sea para defender nuestra posición frente a la guerra. Es curioso y un poco patético ver cómo los ciudadanos reproducimos los patrones de los políticos y acabamos echándonos los muertos a la cara, bajo la lógica necia y absurda del 'pues los otros más'.
Contamos por contar, sumando y redondeando a la ligera las muertes como si todas fueran iguales. Desde pequeños se nos enseñó que no se pueden sumar peras con manzanas. En las guerras, sin embargo, sumamos muertes como si todas tuvieran el mismo peso, el mismo sentido, el mismo valor: soldados, terroristas, mercenarios, colaboradores, defensores, atacantes, desaparecidos (¿muertos o escondidos…?) El caso es que según las guerras se prolongan y se hacen más destructivas las muertes se van masificando, cosificando, y para la opinión pública los muertos acaban perdiendo su identidad en una suma abstracta, en esos números que siguen creciendo y creciendo. Intentamos mantener, eso sí, la diferencia entre soldados y civiles. Los primeros nos parecen, por definición, responsables o incluso culpables y su muerte nos aflige menos; los segundos, también por definición, nos parece que son las víctimas y su muerte nos conmueve profundamente cuando vemos las imágenes siniestras de la guerra.
Ahora bien, si de la población civil no consideramos a los niños, indiscutiblemente inocentes, ¿no son las suposiciones anteriores demasiado simples? ¿Y los soldados que luchan legítima y valientemente por defender su país o su casa? ¿Y los que luchan porque son profesionales a los que pagamos para que nos defiendan? ¿Y los soldados, algunos convictos, que son obligados a luchar? ¿Y los que, como contó Norman Mailer, luchan desnudos ante la muerte sin saber por qué ni para qué? ¿Acaso es mejor huir? Por otra parte, tampoco los civiles son todos iguales. ¿Qué pasa con los colaboradores o con los que siempre miran para otro lado? ¿Y qué decir de los que hablan y hablan y nunca hacen nada? ¿O con los que hacen negocios sucios con la guerra sobre el terreno o lejos de él? Porque en las guerras los primeros culpables son los que las inician, especialmente cuando se hacen de forma súbita, fulminante e indiscriminada, como es el caso de Putin y Hamas. Pero una vez iniciada la guerra la cadena de responsabilidades se multiplica y resulta imposible delimitarlas y valorarlas con claridad. ¿Cómo distinguir entre muertes inevitables o necesarias, útiles o inútiles, justas o injustas, más crueles o menos…? ¿Y los muertos o las muertes que salvan vidas? ¿Cuándo los muertos son tolerables, cuándo son muchos o demasiados? No hay guerras sin muertos. ¿No hemos aprendido aún que una vez comienza una guerra se pierde el control sobre la muerte y sobre los muertos?
Preocupados por los más 'cercanos' nos olvidamos de los muertos más 'lejanos', como si estos fueran menos muertos. Durante los meses que Israel y Palestina llevan de guerra, muy cerca de ella, solo en África Oriental (Etiopía, Somalia, Sudán…) habrán muerto más de 700.000 personas por no disponer de agua y alimentos. Es lo que tiene la muerte, que no todas son iguales y unas muertes ocultan a otras. Pero como escribió nuestro poeta José Luis Hidalgo, «los cuerpos, aquí están, irremediables».
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