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Hace dos días, cuando empezaba a despertarme, me pareció oír en la radio una noticia que decía algo así como «…hoy se celebra el Día Internacional de la Croqueta…» Me resistía a creerlo y pensé que se trataba de un desvarío de mi imaginación hundida ... aún en estado de duermevela. No sé cuánto duró mi pesadilla pero sí recuerdo estar sentado con unos amigos y amigas, aún con nuestros gorros de Papá Noel, en torno a una mesa llena de platos repletos de croquetas.
La variedad de sus formas y colores era extraordinaria: negras croquetas de calamar esféricas y escarchadas, croquetas cúbicas hechas con leche de búfala, croquetas con forma de rabas cuyas ventosas eran pélets de sabor agridulce, croquetas abiertas en canal rebosando una pálida bechamel como si fuera una hemorragia…. Creo que fue esta última imagen la que despertó en mí un estado de melancolía al trasladarme, de repente, a mi primera infancia cuando relamía la cuchara de madera y rebañaba el cazo en el que mi madre había hecho la bechamel para las croquetas. Mi ensimismamiento fue interrumpido cuando me di cuenta de que, paradójicamente, una amiga seguía repitiendo una frase que había dicho al principio: «¿Qué os parece si pedimos unas croquetas para compartir en el centro?»
Lo decía en un tono como si fuera una gran ocurrencia y al hacerlo extendía su brazo hacia el centro de la mesa moviendo graciosamente los dedos de su mano como si acariciara las croquetas imaginarias. Esta escena se repetía una y otra vez hasta que de forma intempestiva comprendí que las croquetas no se comparten porque no se puede 'com-partir' lo que ya está 'partido' y porque ya las pedimos contadas y divididas; es decir, re-partidas, tal y como repetía incesantemente otro de los comensales: «A ver, como somos 7 y en cada ración vienen 6, entonces …» Cuando me desperté estaba alterado. Poco a poco comencé a sentir una profunda aversión por las croquetas, a esta moda dictatorial, a su éxito hegemónico, a que las comamos hasta en Navidad y temo que acabemos desayunándolas o comiéndolas en bocadillos. Odio que haya croquetas por todas partes y que las pidamos contadas y divididas. Odio también que nos hagan sentir la falsa ilusión de que las compartimos.
Me pregunto cómo es posible que lo que eran unas bolas de aprovechamiento en las cocinas se hayan convertido en un bocado cool, premium y de diseño. Quizás es que son una metáfora de nuestra sociedad postmoderna y de la vida entendida como simulacro. Porque nos gusta comer como nos gusta vivir, 'compartiendo' y picoteando.
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