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En un debate electoral los candidatos se sienten mirados indiscretamente por una cámara anónima sin ver quién hay detrás. Por eso hay que mirarla de cara, con confianza, como si fuera tu objetivo, porque en realidad detrás de ella están tus objetivos reales, los votantes, ... sobre todo los votantes más indecisos que a veces pueden ser, como sabemos, los más decisivos.
Esto fue lo que no pasó en el debate grabado ayer en el Teatro Concha Espina de Torrelavega que acogió a los siete candidatos a la Alcaldía del municipio. Solo algunos de ellos y solo en el cierre y despedida de sus discursos miraron a la cámara. ¿Por qué no se dieron cuenta antes? ¿Cómo no lo hicieron tampoco en la presentación inicial donde mirar a los 'ojos' es clave? ¿Por qué miraron tanto a la sala que, despoblada y penumbrosa, debía ser como mirar al vacío? ¿Por qué hablaban principalmente a la moderadora en sus intervenciones?
Quizás fue todo esto lo que contribuyó a que el debate fuera un poco plano, demasiado previsible y un tanto anodino. Desde mi punto de vista, que es el de analizar el debate como un acontecimiento de comunicación, sólo ocurrió una cosa que se saliera de esa 'normalidad' discursiva y ese exceso de conformismo. Me refiero a la tensión que el debate cogió cuando López Estrada (PRC) y Ricciardiello (Ciudadanos) en varias ocasiones entraron en confrontación a propósito del uso del suelo industrial de Sniace, del soterramiento del tren, del polígono de La Pasiega o de la remodelación de la calle Julián Ceballos. Ahí el actual alcalde se sintió atacado y su discurso tranquilo se vio alterado, su tono grave cambió a ronco y su gesto decaído expresó enfado. Seguramente porque desde su posición de liderazgo salía a no perder y porque Ricciardiello salió a ganar buscando complicidad y encontrándola a veces en algunos de los otros candidatos. Se interrumpieron mutuamente y se 'buscaron' y fue entonces cuando sus discursos fueron más frescos y espontáneos, respetando más o menos los tiempos y sin perder la educación. El resto de los candidatos estuvieron demasiado comedidos. El candidato del PP desaprovechó la ocasión de presentarse con entusiasmo como un líder joven y nuevo. El del PSOE estuvo sonriente pero demasiado metido en su propio discurso, Blanca Rosa no sacó su bravura y los candidatos de IU-Podemos y Vox, que les tocó estar codo con codo, acabaron pareciendo casi amigos: los dos con discursos amigables, sin soberbia y sin ninguna agresividad, es decir, desdiciendo y rompiendo ambos los perfiles de sus líderes nacionales. Quizás la clave del bajo tono del debate la dio sin querer el último de ellos, cuando al hablar otra vez del soterramiento propuso dejar atrás la melancolía que invade Torrelavega tras 40 años de gobiernos de PRC-PSOE o viceversa.
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