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Voy a comenzar resumiendo una antigua leyenda de Bután, pequeño reino budista en el Himalaya que pasa por ser el más feliz del mundo según el curioso índice FIB (Felicidad Interior Bruta).
Una tarde el viejo Nima subía a la montaña para recoger su ganado ... antes de que cayera la noche. Atravesando el denso bosque escuchó unos pasos y poco después vio cómo una figura humana descendía por el mismo camino, apareciendo y desapareciendo entre la maleza según se le iba acercando. Era un hombre fornido y de pelo oscuro. Nima intentó reconocer su rostro pero le resultó desconocido.
Cuando apenas faltaban unos metros para encontrarse, Nima esbozó una leve sonrisa y quiso ver en el rostro del hombre un gesto semejante. Justo antes de cruzarse los dos se saludaron: «Tsen mo de lek», se dijeron sin detenerse, aunque pareció que el tiempo sí lo hiciera por un instante. Nima siguió tranquilo su camino sin dejar de preguntarse por qué se habían saludado amablemente dos personas que nunca antes se habían visto.
La pregunta de Nima nos la hemos hecho algunos a los que nos gusta andar por el monte. Yo mismo la he comentado con algunos amigos: ¿por qué nos saludamos en el monte con desconocidos? ¿Qué hay detrás de este saludo? ¿Qué expresa esta buena costumbre? Creo que lo hacemos porque al encontrarte en el monte con un desconocido se genera una situación de cierta tensión provocada por la sensación de soledad en un medio sobrecogedor, la Naturaleza, que según en qué situaciones puede resultarnos hostil. En mi opinión, el saludo en el monte tiene su origen en el propio origen de nuestra especie, el 'homo sapiens' y más concretamente en la aparición del lenguaje articulado, no en vano se considera a éste como uno de los factores más esenciales del proceso de hominización. El lenguaje supuso para nuestros antepasados 'distanciarse' de la Naturaleza y poder así 'controlarla', en parte por su capacidad de representación y su función simbólica. Es este mundo simbólico el que está detrás de todas nuestras producciones sociales y culturales, también del saludo con todas sus formas y variantes. Porque el saludo de Nima viene a decir algo así como: «Hola, como ves yo soy un ser humano civilizado, como tú y, por tanto, vamos a comportarnos civilizadamente aunque no nos conozcamos…» Lo que hace este saludo, por tanto, es rebajar la tensión, prevenir o diluir una hipotética situación de violencia.
Lo que ocurre en el monte ocurre también en otras situaciones. También saludamos a un desconocido en la calle cuando volvemos a casa solos por la noche o incluso cuando subimos en un ascensor con alguien que no conocemos. Por tanto, no son sólo ciertos lugares sino que es el encuentro en soledad ante un humano desconocido lo que suscita también este tipo de situaciones que calificamos como un poco 'violentas'. Y son las normas de educación las que suavizan estas pequeñas tensiones sociales y me atrevería a decir que se inventaron para evitar ese estado de violencia potencial primigenia y atávica que nos asalta a veces a todos nosotros. La historia del saludo, por ejemplo, registra multitud de formas, reglas y gestos con significados curiosísimos. Entre los romanos darse la mano era, por lo visto, una forma de mostrar que no se escondía un arma.
Más allá del saludo, la buena educación es, a la vez, motor y síntoma de una sociedad avanzada y democrática, y me parece que en la nuestra la buena educación se va perdiendo progresivamente. No sé cuál es la razón pero creo que no es algo que pueda atribuirse solo – como muchas veces se hace– a las generaciones más jóvenes. Lo veo también en mí mismo y en gente adulta de muy diferentes entornos. Siento que nos damos poco las gracias y que decimos poco «lo siento» y no entiendo por qué nos cuesta tanto pedir explícitamente disculpas o mostrar abiertamente nuestro agradecimiento. Me parece que abusamos en exceso de los tacos o de expresiones soeces y que se están normalizando comportamientos groseros en la vida privada y pública (véanse las 'intervenciones' nada ejemplares de algunos, muchos, demasiados de nuestros políticos). Creo también que el exceso de confianza o la 'espontaneidad' se confunde a veces con la falta de respeto. O que hay gente que cree que ser 'muy' educado es algo artificial, hipócrita, falso… El error es creer que la educación tiene que ver con supuestas formas 'vacías' cuando en realidad alcanza al 'fondo', al 'contenido' del comportamiento humano. Por eso la mala educación (o la falta de ella) acaba contaminando los mensajes y vulgarizando las situaciones. En muchas situaciones esa mala educación, aunque sea sólo verbal o gestual, fomenta la creación de ambientes violentos y comportamientos agresivos. Y es que en las relaciones humanas no sólo importa qué se dice y qué se hace sino también cómo se dicen y cómo se hacen las cosas. Esos 'cómos' son parte, a veces esencial, de la comunicación, de la democracia y de los mensajes finales.
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