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Como su título indica, y sin dilación alguna, diré que el objetivo de este artículo es proponer la expresión «paciencia democrática» para significar la actitud y el estado de aburrimiento infinito que muchos ciudadanos padecemos desde la precampaña, campaña y postcampaña de las elecciones del ... 28 de mayo hasta que se resuelvan las consecuencias de los resultados de la precampaña, campaña y postcampaña del 23 de julio del corriente año, si es que este tostón no se alarga hasta entrado el 2024. No pasa nada, paciencia democrática.
Algo de esto vislumbró Aristóteles cuando escribió que la democracia es la menos mala de las formas de gobierno cuando se llevan a la práctica dentro de una sociedad concreta.
Esta idea llevaba en sus entrañas un realismo y un conformismo tan crudos que a veces nos puede parecer una visión muy poco alentadora. Sin embargo, este «realismo» fue una de las grandes aportaciones de Aristóteles a la política porque ya nos alertaba de la diferencia entre lo que nos prometen las teorías ideales y lo que ocurre cuando esos «ideales» se ponen en práctica y se hacen «reales». En la historia hemos visto muchas veces cómo utopías salvadoras se convertían en tiranías infernales. Pienso en dos casos macabros: el «socialismo real» de Stalin y el «nacionalsocialismo» de Hitler, o todas las versiones latinoamericanas, africanas y asiáticas del pasado y el presente.
Frente a todas estas amenazas la democracia moderna se ha venido abriendo paso pacientemente en la historia con enorme esfuerzo y sacrificio. El caso es que la democracia vino para quedarse y bienvenida sea. Pero también Aristóteles advirtió de una amenaza interna cuando señaló que el riesgo de la democracia era que acabara adquiriendo su versión más degradada y perversa: la «demagogia».
No creo que la democracia española esté hoy en una situación de riesgo, pero sí me parece que cada día crece la desafección y el hartazgo hacia nuestros políticos y, lo que es peor, hacia la política. Incluso aceptando que la demagogia sea algo innato a la propia democracia la situación actual resulta sofocante. Los resultados endiablados del 23 de julio han dejado un escenario que a mí me recuerda al «chapolín» al que jugaba cuando era pequeño: una gran cantidad de bolas de distintos colores que al impulsar una contra otra acababan moviéndose aleatoriamente otras. Es lo que tiene la democracia, que además de «representar» la voluntad de los ciudadanos tiene un entramado de reglamentos, normas, leyes, protocolos y burocracias que sirven a los políticos tanto para marear la perdiz como para cogérsela con papel de fumar, según les convenga. Y en estas estamos, sudando la gota gorda en pleno agosto y esperando a ver qué es lo que pasa. Los más interesados padeciendo breves episodios de ansiedad y el resto hastiados de la pantomima de nuestros políticos: negociaciones tan secretas que no sabemos si existen, aritmética electoral jeroglífica, gobernabilidad de pendiente de un 'sí' en Waterloo, casas de encuestas que funcionan como casa de apuestas, campañas políticas hechas con mala publicidad, malabarismos contradictorios en los pactos y el horror de los horrores: la posibilidad de repetir las elecciones por Navidad. Si cabe, más paciencia democrática.
Es verdad que la democracia se fundamenta en el diálogo y en los acuerdo razonables. Pero aún es más verdad que la razón política está hecha de sentimientos y ambiciones personales. Además hoy vivimos en una sociedad de la información cada vez más desinformada (Luhmann) y la comprensión de la política y de la democracia nos resulta cada vez más inabarcable (Habermas). ¿Cómo podemos hoy saber y creer algo? Ante tal incertidumbre las actitudes pueden ser múltiples y todas tan legítimas como inútiles para la democracia: desconfianza, apatía, resignación, mansedumbre, anomia, cinismo y mucho aburrimiento… Porque creo que –dicho cínicamente– la democracia es la forma de gobierno más aburrida de las posibles. Es más, creo que la democracia será cada vez más compleja porque la sociedad también lo será. Una sociedad tan compleja ha de ser «comprendida» y gobernada por un modelo político complejo. Las simplificaciones son atajos que la democracia no se puede permitir. Sí pueden hacerlo, y lo hacen, los modelos políticos más extremos y por eso me atrevo a decir –con igual cinismo– que son más «emocionantemente» peligrosos. Por tanto, necesitaremos aún más paciencia democrática.
Puesto que el aburrimiento democrático está asegurado y la paciencia es, como hemos visto, la gran virtud que la democracia ha de cultivar, propongo que se declare el 10 de mayo Día de la Democracia Española dado que en el santoral católico ese día se festeja al santo Job, por todos reconocido como de una paciencia infinita y que, según lo visto y por extensión, podría definirse como paciencia democrática.
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