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Anoche soñé algo curioso, si es que hay algún sueño que no lo sea. Mi inconsciente se adueñó, sin pedirme permiso, de una noticia que había leído hacía unos días en este mismo periódico: «La red de fibra óptica llegará a Virgen del Mar desde ... Carolina del Sur, tendrá 7.121 km y estará lista para finales de 2024». Por lo visto será el cable más grande de los 450 que hilan el mundo y el proyecto es una iniciativa de Mark Zuckerberg y su compañía Meta, una de las cuatro grandes junto con Microsoft, Amazon y Google. No me extraña que mi inconsciente quedara impresionado por tamaña noticia y convirtiera en material onírico mi pequeño resto o resido diurno, como diría Freud.
Como buen sueño, mi sueño hizo con la noticia lo que le dio la gana. Sin respetar la más mínima narrativa, el sueño mezclaba imágenes incompletas, absurdas, dislocadas. Recuerdo una gran faja de costa con largas playas atlánticas retenidas por un largo paseo marítimo, edificios altos y modernos, casas coloniales de colores pastel rodeadas de jardines y parques, entre los que sobresalían blancos campanarios. Hombres, mujeres, niños, muchos niños y niñas, blancos y negras, negros y blancas, con aspecto de anglosajones, de afroamericanos y algún hispano con rostro de cherokee, todos vestidos de verano y envueltos en una brisa subtropical que dejaba colgada en el aire una melodía sureña que sonaba a un charlestón. Efectivamente, soñé que estaba en Charleston. La ciudad más poblada de Carolina del Sur y que dio nombre a esa música baile. Una ciudad de 150.000 habitantes rodeada de una gran área metropolitana que vive principalmente del turismo y de su gran puerto, el segundo de la costa este de EE UU.
En mi sueño aparecían también unas columnas que escoltaban la fachada de una universidad o que soportaban frontones neoclásicos de lo que parecían ser museos o la entrada de algún hospital puntero en biotecnología o en investigación médica. Soñé con Charleston y con Carolina del Sur y soñé con Santander y con Cantabria. Y seguí soñando el sueño de ese gran cable de fibra que unía la playa de Virgen del Mar con Myrtle Beach, la playa del Mirto, en Charleston. Y en mi sueño no entendía por qué una pequeña playa, apenas una cala de arena mojada, hubiese sido elegida como entrada y salida de la megavía de comunicación y datos más grande del planeta.
¿Por qué la Virgen del Mar? ¿Por qué Charleston? Y sobre todo ¿por qué, de repente, habrían de unirse dos playas, dos ciudades o dos regiones que apenas sabían nada una de otra? Y las soñé hermanadas, intercambiando gente, historias, ideas, costumbres, productos, proyectos, conocimientos, ilusiones… mezclando sus bailes, sus canciones y sus colores. Todo eso y aún muchas más cosas, y aún más extraordinarias, soñé. Porque dicen que algunos sueños a veces pueden cumplirse. Y en mi sueño soñé que ese gran hilo de unión era una bella metáfora que podríamos convertir en un símbolo con mucho futuro para ambas.
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