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Aunque las incertidumbres sobre su estructura y objetivos se mantienen abiertas, el concepto que define el nuevo orden parece sencillo de explicar. Una serie de potencias tradicionales, democracias o no, y otra serie de países que aspiran a serlo, democracias o no, toman posiciones para ... convertirse en actores estratégicos. La idea de un orden occidental prevalente se ha desvanecido, aunque las redes de intercambios promovidos por el liberalismo crecen en una sociedad interconectada. El Indo Pacífico se ha convertido en el polo de atracción dominante tal y como lo fuera la Europa del siglo XIX y la Norteamérica del siglo XX. Y aquel difuso Tercer Mundo que tomó forma en la Conferencia de Bandung en 1955, cuyo único elemento de cohesión política era su llegada al mundo descolonizado con unos intolerables niveles de pobreza, se ha transformado en un emergente Sur Global. En ambas regiones avanza el progreso como consecuencia de haber aplicado muchas recetas económicas occidentales, mientras se atascan los derechos y las libertades por culpa de no haber aplicado todas las recetas democráticas liberales. En los dos procesos históricos, Europa está lejos y parece estar ausente.
Los presidentes de Estados Unidos, Joe Biden, de Japón, Fumio Kishida, y de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, se reunieron en Camp David a final de agosto para profundizar en la relación entre tres potencias económicas cuyo PIB conjunto supera el 30 % de la riqueza global. Lo hicieron en el simbólico lugar donde en 1978 se sentaron los presidentes Carter y Sadat y el primer ministro Menájem Beguin para negociar el acuerdo de paz entre Egipto e Israel, y donde se reunieron en 1990 Bush y Gorbachov para poner punto, y final, a la Guerra Fría. En un ambiente de renovado espíritu conciliador y con un importante trasfondo económico y estratégico, los tres mandatarios sellaron su voluntad de establecer un cauce permanente de relación trilateral focalizado en la tecnología, capaz de superar las brechas políticas que la historia había dejado sobre la piel de los pueblos coreano y japonés. Distante, aunque de alguna manera similar, a aquella Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) que acordaron los franceses y alemanes de los años 50 para cerrar las heridas de la segunda guerra mundial, que complementaba estratégicamente a la OTAN, en materia económica.
Casi simultáneamente a la Cumbre Trilateral, se desarrollaba en Johannesburgo la Cumbre de los BRICS, Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica, a la que fueron invitados Argentina, los africanos Egipto y Etiopía, y Arabia Saudí, Irán y Emiratos Árabes Unidos de Oriente Medio. Un heterogéneo conjunto de países del Sur Global, liderado por las potencias, hasta hace pocos años, denominadas emergentes, los BRICS, cuya evolución económica ha sido desigual, pero cuyo protagonismo en términos políticos, aunque incierto, se ha mantenido vivo después de la crisis, la pandemia y la guerra de Ucrania. Frente a la cuál la mayor parte de ellos se han mostrado distantes y reticentes a la hora de respaldar las sanciones euro atlánticas propuestas para responder a la agresión rusa a los ucranianos.
La competición global entre potencias no es un concepto que promueve la dinámica de bloques, sino que reconoce la interdependencia entre actores y advierte sobre la creciente y permanente movilidad de intereses. Las reuniones de final de agosto no marcan una tendencia bipolar. Ni la inspiran. Pero sí dan mayor visibilidad a un orden internacional en proceso de reconfiguración, en el cuál algunas potencias establecen vínculos para la estabilidad económica regional y global y otras buscan fórmulas de cooperación para acceder a los retos de crecimiento y desarrollo ante los que se sienten capacitadas.
La Organización para la Cooperación de Shangai, impulsada en 2001 por Rusia y China en Asia Central; el proyecto chino de la nueva Ruta de la Seda; la organización de vigilancia marítima en el Indo Pacífico, QUAD, en la que participan Japón e India junto con Australia y Estados Unidos; o el AUKUS, promovido por Estados Unidos, Australia y Reino Unido para el refuerzo de la seguridad en el Pacífico, son ejemplos tangibles de que un orden heteropolar se encuentra en fase de construcción, mientras algunos países parecen observar el proceso sin una estrategia definida, desde una distancia geopolítica inconcebible y sin dar mayor importancia a los cambios que de manera incuestionable se están produciendo. Ante una situación histórica de esta magnitud no cabe otra cuestión que preguntarse dónde está Europa y cuál es nuestro punto de vista.
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