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En enero de 2017 Donald Trump tomó posesión de la presidencia de Estados Unidos. Pocos meses después, Salman Rushdie publicó 'La decadencia de Nerón Golden', una novela en la que el autor parodia su tiempo y refleja el decadente final del paradigma de la globalización. ... Un especulador inmobiliario de origen indio, patán y millonario vivía los estertores de su triunfo en una América artificial, donde cualquier éxito, tendencia o identidad tenía sentido siempre que estuviera vestida de superficialidad. Si no fuera porque los dos personajes públicos han sido víctimas de respectivos atentados perpetrados por ciudadanos exaltados y desconocidos, sería difícil encontrar algún paralelismo entre el escritor indio, ateo y con raíces musulmanas, a quien condenó a muerte el Ayatollah Jomeini en 1989 por haber satirizado el Islam en 'Los versículos satánicos', y el magnate populista que llegó a la Casa Blanca con un discurso provocador.
Algunos historiadores relevantes, el profesor Manuel Morán entre ellos, considera a la revolución iraní de 1979 como un hito histórico en la sincronía del último tercio del siglo XX. Que propició en su momento la ruptura del orden bipolar en Oriente Medio y el mundo musulmán, la intervención de la Unión Soviética en Afganistán en previsión de una hipotética acción norteamericana en territorio afgano, y la reconfiguración de alianzas entre minorías y líderes sunnitas y chiítas. La Guerra entre Irán e Irak en los años 80, la posterior invasión de Kuwait promovida por Sadam Hussein y los atentados de las Torres Gemelas, pueden encontrar su origen en la revolución iraní. Y, por tanto, también pueden hacerlo, la invasión de Irak y la guerra de Siria. Y, consiguientemente, los atentados y la guerra de Gaza y los explosivos camuflados en dispositivos móviles utilizados contra activistas de la guerrilla Hizbullah, también.
Los intereses geopolíticos y petroleros, las acciones terroristas y el choque entre minorías avivadas desde distintos centros de poder y numerosas satrapías han sido las causantes de tanta violencia. No las palabras escritas por un novelista de éxito, convertido en víctima por una fatua del imán Jomeini y posteriormente reconvertido en celebridad por distintos sectores ultra progresistas, que satanizan a Israel con la misma intensidad que lo hacen los sucesores del líder integrista de la revolución iraní. Tal contradicción no aparece reflejada en la última publicación de Salman Rushdie, 'Cuchillo', en la cual el escritor, ahora tuerto y aún desconcertado, resume los momentos dramáticos que vivió cuando en 2022 un desconocido le asestó varias puñaladas en un certamen en Chautauqua (NY) para cumplir con el destino mortal anunciado en el último tercio del siglo XX, y que la historia le había reservado en los albores de la tercera década del XXI. Pero su relato, humano, sincero e inspirador, denota un sentimiento consciente y resignado ante las consecuencias de la decadencia en una sociedad artificial como la que anticipaba en su novela de 2017.
Donald Trump y Salman Rushdie son dos personajes que no coinciden en nada, más allá de haber nacido en el mismo momento, 1946 y 1947, de haberse convertido en dos celebridades y de haber sufrido atentados irracionales originados por un leit motiv similar: la intolerancia propagada sin descanso en la esfera perversa de redes y memes que alcanzan y pervierten la razón y promueven la violencia política y la sinrazón. El decadentismo y la violencia individualista y magnicida fueron las señas de identidad del anarquismo en el siglo XIX. Pero la agitación y la violencia no se detuvo en los atentados de los desconocidos dinamiteros anarquistas, sino que cruzó las fronteras de la primera guerra mundial y se multiplicó en la propaganda de los partidos de masas comunistas y nacional - socialistas en la tercera década del siglo XX.
The Economist ha publicado recientemente un extenso informe sobre el debilitamiento del pensamiento woke en la opinión pública, la prensa, las empresas y las universidades de Estados Unidos durante los últimos tres años. Y como consecuencia de esa disminución del lenguaje wokista (privilegio blanco, discriminación sistémica, deconstrucción social…), la terminología anti wokista también se ha visto reducida en los papeles y discursos analizados por el semanario. Si la tendencia se confirmara y la decadencia del extremismo fuera creíble, los atentados lamentables contra un candidato a la presidencia de la primera democracia del mundo y de un célebre y polémico escritor, podrían interpretarse como el final de una época agotada. Pero si no fuera así, tal y como parece en las elecciones locales de Alemania y en Venezuela, el siglo XXI seguirá estando tuerto y siendo intolerante.
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