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No debería estar aquí», dijo Donald Trump al iniciar su discurso y consagrarse como un héroe en la Convención Republicana. Pocas horas después de esquivar la muerte por unos milímetros, incalculables para las matemáticas y para la historia, Trump dejó de ser Donald Trump y ... se convirtió, en olor de multitudes, en Donald J. Las dos familias republicanas dominantes, la de los conservadores tradicionales, mayoritarios, y que han mirado por encima del hombro a su candidato a la Presidencia desde 2016, y la de los populistas, minoritarios, pero decisivos desde entonces, se identificaron con un líder imbatible al que aclamaron: Donald J.
Pero las matemáticas del tiempo cuya derivada es la vejez, o quien sabe si el cálculo electoral de la historia, que a veces elige con cierto criterio a los candidatos y a veces rechaza indiscriminadamente a los líderes de las democracias, le señaló a Joe Biden la puerta de salida de la Casa Blanca en una portada de la revista 'Time'. Al tiempo que le abría la puerta de entrada a una candidata de 59 años, Kamala Harris, cuyo nombre se pronuncia con cierta diversidad de criterio. Una mujer escondida en el vestíbulo de la Vicepresidencia donde Lyndon Johnson se encontró en 1963 con el asesinato de John F. Kennedy y la guerra de Vietnam, y donde George Bush se encontraría en 1988 con el final de la Guerra Fría y el legado del presidente Reagan, cuyo lema de campaña 'Make America Great Again' se ha reeditado ahora en una visera roja, que tal vez haya salvado la vida a Donald J. Trump.
Desde hace varios años, los analistas de la política norteamericana y los rivales y aliados de Estados Unidos han considerado como la única opción posible para la campaña presidencial de 2024 la pugna entre dos líderes canosos empeñados en discutir sobre la naturaleza del orden mundial, y también sobre cuál de los dos le pegaba con más fuerza a una bola de golf. Pero la racionalidad democrática ha vuelto a ser más contumaz que el imaginario perverso de los enemigos de la democracia. Donald Trump ha salido fortalecido de un atentado violento y asesino, y su primer mensaje ha sido el de unidad y responsabilidad. Y Joe Biden, un presidente moderado y centrista, con un balance satisfactorio en términos económicos y firme en política exterior, ha dado un paso al lado para que la democracia siga su camino, aunque para ello tenga que prescindir de él.
La campaña de 2024 entra ahora en una fase de incalculable interés. Kamala Harris tiene que confirmar su candidatura, consolidar su liderazgo y movilizar a un electorado que en parte se identifica con los procesos de transformación global, la sostenibilidad y el internacionalismo liberal de Biden, heredero de Wilson y Roosevelt, pero que incluye a otros sectores más progresistas identificados con el liberalismo social acuñado por Obama. Y, además, la vicepresidenta tiene que recuperar la fuerza de la candidatura de una mujer, buscando la herencia política de secretarias de Estado como Madeleine Albright o Hillary Clinton, o de la propia Michelle Obama. Lástima para ella que la afroamericana Condolezza Rice fuera republicana.
Donald Trump tiene en sus manos la posibilidad de moderar su discurso, superar la polarización y emular a presidentes como Reagan y Bush, que rebajaron la tensión internacional desde la firmeza, pero utilizaron mecanismos diplomáticos con sus rivales y antiguos enemigos, aunque siempre mantuvieran sus compromisos con sus socios y aliados. En términos políticos, económicos y de seguridad.
Las presidencias de Trump y de Biden han tenido distintos resultados muy significativos a pesar de haber tenido enfoques y discursos muy diferentes. El republicano puso el foco en la revitalización del tejido productivo nacional y tomó medidas proteccionistas. Pero no promovió una dialéctica de bloques económicos. Biden ha puesto el foco en la transición energética, pero tampoco ha desbaratado la producción tradicional. Más bien al contrario.
Bajo la presidencia de Donald Trump, los aliados de organizaciones como la OTAN siguieron siendo los mismos, aunque el presidente republicano les pidiera un mayor compromiso presupuestario, tal y como había hecho el presidente demócrata Obama y tal y como ha recordado con insistencia la Administración Biden. Y por abundar en el argumento del continuismo en política exterior, las estrategias de seguridad de ambos, recogidas en los documentos de 2017 y 2022, no son en absoluto divergentes o contradictorias entre ellas. Sino más bien innovadoras y realistas al definir un mundo de competición entre potencias y una nueva realidad global marcada por el impacto de las tecnologías y los desafíos geoeconómicos.
De los equipos de Donald J. o de los de Kamala Harris dependerá el fortalecimiento del liderazgo norteamericano en un orden internacional en proceso de transformación. Y también el cambio de rumbo de un mundo salpicado por la incertidumbre y víctima de la confrontación violenta entre intereses complejos y contrapuestos. Pero el cambio necesario no es tanto el de la democracia de Estados Unidos y el de los valores liberales y democráticos del mundo libre. Sino que más bien, el cambio imprescindible será el de la reducción de la polarización y la violencia política a nivel interno e internacional.
La campaña electoral de 2024 puede enfrentar a una líder demócrata, Kamala Harris, que representa la diversidad y los valores de progreso en una sociedad en proceso de transformación, con el líder de un partido como el republicano que representa los valores del liderazgo norteamericano en un orden mundial, también en fase de reconfiguración, que se llama Donald J. Trump. Las diferencias entre ambos candidatos son evidentes. Y las diferencias en sus visiones en materia social, cultural y en la política doméstica, también lo serán. Pero las diferencias entre sus propuestas en políticas como la exterior y la de seguridad no lo serán tanto, y dependerán, si acaso, de dónde se ponga el acento.
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