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En una reciente encuesta de IPSOS realizada en 28 países para conocer el estado de las opiniones públicas en torno a problemas globales, los resultados coincidían en distintas cuestiones. El analista del New York Times, David Brooks, los comparaba con las respuestas de la opinión ... pública norteamericana a preguntas de otras encuestas similares, para concluir que el clima de opinión en Estados Unidos y a nivel global es equiparable. En torno al 60 % de unos y otros encuestados, coincidía en reconocer que el sistema internacional estaba roto y que el pesimismo se había instalado en la percepción social de Estados Unidos y otros países. En torno al 65 % percibía una fractura entre las élites y las clases medias y trabajadoras y por encima de ese porcentaje, en ambas muestras, los encuestados pensaban que la solución pasa por un liderazgo más fuerte en distintos países y también en la primera potencia mundial. Pero en ambos casos, más del 55 % de los encuestados consideraba que un líder fuerte no tenía que ser un líder disruptivo o crítico con el sistema.
La primera conclusión que puede extraerse de los datos es que las sensibilidades de las distintas opiniones públicas frente a los problemas globales y frente a la transformación del orden internacional son similares. Y la segunda, que la transformación del sistema tendría que hacerse a partir del propio sistema, pero con líderes políticos más solventes. O, dicho de otra manera, que la magnitud de los desafíos que afronta la sociedad internacional exige una renovación de liderazgos, pero no implica la ruptura del sistema como pretenden algunas propuestas rupturistas de los populismos, asociadas a la extrema derecha, y también los planteamientos deconstructivos, integrados en el progresismo radical, que niega la evidencia del progreso que ha generado la influencia del sistema liberal en el conjunto de la sociedad. En términos, por ejemplo, de crecimiento, desarrollo, respeto por la diversidad y por la iniciativa individual y de las empresas.
Las elecciones europeas del 9 de junio en España vuelven a poner sobre la mesa la evidencia de que el muro europeo frente a las tendencias ultranacionalistas y de la extrema izquierda, de guante blanco tras la caída del telón de acero, ha estado construido por partidos conservadores, democristianos, liberales, social demócratas y verdes. Y no por partidos separatistas, violentos y rupturistas. Lo cual ha permitido que desde la 'Europa de los doce' en los años 80, germen político de la Unión Europea, solo se haya producido la salida del Reino Unido del proyecto europeo, agitado por el UKIP, de incierta procedencia y trayectoria, mientras que otros 15 países, se hayan incorporado al proyecto, y otros muchos hayan solicitado su ingreso en la Unión.
David Brooks compara las influencias entre distintas opiniones públicas en nuestra época con las se produjeron en otros momentos de transformación política y social. En concreto con 1848, año de la reivindicación democrática que demandaba en Europa mayor representación de las clases medias y trabajadoras en los sistemas liberales, y 1989, año en que las sociedades empobrecidas por el comunismo y sometidas por sus regímenes autocráticos, reclamaban libertades e instrumentos para su crecimiento económico. En ambos casos, el objetivo no era corromper o destruir el sistema liberal, sino reformarlo y ampliarlo para hacerlo más justo y abierto.
El debate sobre Europa no puede centrase en la forma de establecer un muro de contención entre los buenos y los malos. Y alimentarlo con recetas locales, nacionalistas y post comunistas, de escaso recorrido en el presente y nula proyección en el futuro. Más bien al contrario. Europa necesita tender puentes que permitan la entrada en el proyecto de nuevas sensibilidades que fortalezcan el sistema en su conjunto. Iniciativas globales como la Agenda 2030, que persiguen objetivos como el desarrollo humano, concepto elaborado desde perspectivas muy diversas, la Iglesia Católica por ejemplo, y que promueven la transformación energética para hacerlo más sostenible y cuentan con el apoyo de grandes empresas e instituciones, no pueden convertirse en patrimonio de idearios políticos que tienen como objetivo final, la transformación integral del sistema liberal en otro, de naturaleza distinta, construido a partir de principios y valores que no son asumidos por las mayorías.
Y de igual manera, cuestiones como la seguridad, no pueden confundirse con valores ideológicos como es el pacifismo, que desvirtúan la realidad del orden internacional actual, marcado por la complejidad y la incertidumbre, donde el refuerzo de la defensa es una garantía de las libertades, que la Unión Europea representa. Las elecciones europeas de 2024 significan una consulta que va más allá de lo que hoy es Europa. Y se convierten en una consulta sobre cómo impulsar iniciativas globales desde una óptica europea y sobre la manera de fortalecer el orden liberal y el liderazgo democrático.
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