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El 9 de septiembre el análisis general de la encuesta del Pew Research Centre daba un empate de 49% en intención de voto a los candidatos presidenciales en Estados Unidos. Kamala Harris ganaba entre las mujeres, los jóvenes, los mejor titulados y algunas minorías, como ... la afroamericana, donde lo hacía de forma clara. Y Donald Trump llevaba ventaja entre los votantes varones, de mayor edad, blancos, de menor titulación académica y entre las clases trabajadoras no sindicadas. Ese mismo día, Gallup ofrecía una distribución del voto por estados que confirmaba el mapa de estados azules y rojos de las últimas elecciones, así como la pugna en los denominados swing states, donde la capacidad de movilización final de los demócratas y los republicanos se antoja como la llave para entrar en la Casa Blanca en 2025.
Quienes siguieron el intenso debate de Filadelfia dieron la victoria a la vicepresidenta con un porcentaje de 63 a 37. Y una importante mayoría de analistas confirmó esa interpretación, lo cual pone de manifiesto que Kamala Harris cumplió con su objetivo de presentarse como una líder solvente y atractiva ante el público y los expertos. Pero ni público ni expertos han considerado de forma masiva ni mayoritaria que, con ese primer enfrentamiento en la televisión, la campaña haya terminado ni que Trump haya perdido opciones de ganar las elecciones. Los 50 millones de espectadores que siguieron el programa de la ABC, 30 millones menos de los que hace ocho años vieron a Hillary Clinton y a Donald Trump enfrentarse en el primer debate de 2016, representan un tercio de los votantes que en condiciones normales acudirán a votar en noviembre. Si alguien tiene dudas sobre el largo recorrido que aún le queda a la campaña electoral no tiene más que esperar a las encuestas de los próximos días y ver si Kamala Harris es capaz de superar el 50% en intención de voto y Donald Trump caer por debajo del 40%.
Si no hubiera una tendencia clara del avance de la candidatura demócrata y del descenso del ticket republicano, la segunda fase de la campaña entraría en una nueva dinámica. Trump habría resistido la acometida inicial de Kamala y ésta habría conseguido avanzar. Pero sin haber logrado revertir la tendencia al empate que se ha instalado en las elecciones presidenciales desde la confrontación de George Bush Jr. y Al Gore en el año 2000, y que solo el atentado del 11 S y después la irrupción de Barack Obama fueron capaces de desequilibrar.
La vicepresidenta se mostró tal y como los más optimistas sospechaban que era: una líder sólida, preparada, hábil en la polémica, equilibrada y no marxista. Y el expresidente se mostró tal y como los más pesimistas están convencidos que es: un líder sin filtros, preparado para la polémica, hábil en la selección de mensajes construidos para su público, MAGA e incondicional. De alguna manera, el debate mostró lo que todos los votantes convencidos ya sabían. Pero la segunda fase de la campaña tiene ahora que mostrar lo que los electores no convencidos desconocen. Si el liderazgo de Kamala Harris tiene la suficiente fuerza como para representar a una nueva generación que afronte los desafíos económicos y sociales de Estados Unidos en un orden mundial en proceso de transformación y si Donald Trump tiene la capacidad de liderar una América más grande en un mundo cada vez más complejo. Ninguna de ambas cuestiones quedó suficientemente clara el 10 de septiembre en Filadelfia.
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