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Aunque el atentado contra Donald Trump, la retirada de Joe Biden y la irrupción de Kamala Harris han relanzado el interés de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, la verdadera campaña electoral de 2024 empieza el 10 de septiembre con el debate en la cadena ... ABC. Así lo dicen las encuestas que muestran un empate entre los candidatos una vez que republicanos y demócratas hayan cerrado filas en sus respectivas convenciones en torno a la fiscal que es ahora vicepresidenta y el magnate que llegó a ser presidente. En ambos casos, los conservadores de distinto signo y los liberales, más moderados, y más progresistas, han asumido que había llegado el momento de la unidad dentro de los dos partidos. Los anti trumpistas se han vuelto MAGAS en el partido Republicano y los clintonianos se han mirado al espejo de los progresistas, para corear con ellos el slogan de Barack Obama, ahora en femenino: yes she can.
Pero Kamala Harris sabe, igual que lo sabe Donald Trump, que las convenciones han servido para empatar en las expectativas de voto, pero no sirven para ganar las elecciones del 5 de noviembre. Para ello hace falta movilizar ampliamente a los dos electorados y conseguir que un número superior a los 70 millones de votantes en cada caso acudan a inscribirse y a votar como ocurrió en las elecciones de 2020. Entonces, los demócratas se lanzaron a la calle para frenar al trumpismo y los republicanos votaron en masa para responder a las algaradas ultra progresistas. El resultado dio la victoria a un moderado representante del establishment, Joe Biden, que entendió el mensaje oculto de millones de votantes: «make América again». Sin embargo, en el otoño de 2024 será más difícil saber si los candidatos son capaces de motivar a una sociedad mejor situada económicamente, y a dos esferas ideológicas muy abiertas en los dos partidos, con minorías y electores que pueden sentirse cansados de tanta polarización, de tanta superficialidad cultural y de tan inconsistente demagogia electoral.
Los equipos de campaña saben que ningún demócrata votará a Trump y que ningún republicano dará su confianza a Kamala Harris. Pero al mismo tiempo sospechan que muchos votantes de uno y otro partido no acudirán a las urnas de manera entusiasta. La retirada del independiente Kennedy y su apoyo a los republicanos resulta significativo para comprender la desorientación de algunos sectores no comprometidos con la pugna populista y zafia de ambos bloques. Y si tradicionalmente los debates televisados son un recurso para ganar el voto de los indecisos, en esta campaña los debates pueden servir para ganar la confianza de los republicanos y demócratas no militantes, que son imprescindibles para que el resultado en los estados más disputados, Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte, Georgia o Arizona, se decante por uno de los tickets.
Los enfrentamientos en televisión de las próximas semanas tendrán la doble función de confirmar a los convencidos y de convencer a los no confirmados, dentro de cada sector social e ideológico: jóvenes, minorías, clases medias políticamente desconectadas. Estrategia nada sencilla que ha provocado las primeras disputas en torno a los formatos. Los republicanos prefieren un primer debate con intervenciones personales sin interrupciones para no espantar a los votantes desmotivados, mientras los demócratas reclaman una discusión abierta para mostrar a una candidata ágil y firme, capaz de imponerse a Trump.
Aunque el debate pudiera retrasarse o incluso no producirse, la campaña girará en parte en torno a ese enfrentamiento directo entre los candidatos que de entrada podría beneficiar más a Kamala Harris que al archiconocido polemista Donald Trump. Pero desde que Kennedy derrotara a Nixon en 1960 y Reagan se hiciera dueño de la Casa Blanca en los años 80, la televisión ha sido el medio estrella de las campañas en Estados Unidos. Obama, a pesar de su victoria en las redes sociales, tuvo que vencer a sus rivales también en la televisión. A Trump le sirvió de catapulta y a Biden de mecedora. Ahora ha recobrado el interés y ha puesto en marcha una campaña que antes de verano parecía finiquitada. Quién gane los debates, ganará las elecciones. Incluso si el debate no se produjera, el medio será el mensaje. Aunque del medio, en 2024, solo quedase su nombre.
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