El alma de Europa
Hay que renovar el consenso entre las tradiciones cultural, humanista y religiosa que forjaron la identidad de la UE
José R. Garitagoitia
Miércoles, 27 de marzo 2024, 07:14
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José R. Garitagoitia
Miércoles, 27 de marzo 2024, 07:14
A primeros de este mes los grupos mayoritarios del Parlamento Europeo se reunieron en Roma (socialistas) y Bucarest (populares) con la vista puesta en las ... elecciones del 9 de junio. Durante su intervención, el líder de los socialdemócratas advirtió de que «el alma misma de Europa está en riesgo». El también presidente del Gobierno español animó a sus colegas a «derrotar esa amenaza, y asegurar que la historia siga avanzando en la dirección correcta». En un contexto social en el que la garantía de progreso y el rechazo a posturas extremas pasa por la reivindicación de los valores fundamentales de la UE, la mención al 'alma' presenta la esencia de Europa desde una nueva dimensión. Los pensadores de la Grecia clásica definieron el alma como principio vital que da unidad a los seres vivos, y permanece en los cambios. Cuando esta unidad característica se pierde, sobreviene la muerte. ¿Es posible definir algo similar en el proyecto europeo?
Los conflictos que asolaron el Viejo Continente, de manera especial el sufrimiento y la destrucción causados por las dos guerras mundiales, movieron a la necesidad de evitar más enfrentamientos. Con personalidades muy diferentes, los pioneros de la actual Unión Europea pusieron su capacidad humana y política al servicio de ese anhelo compartido. La Declaración Schuman (1950) fue el primer paso, con una propuesta original: someter la producción del carbón y del acero (materiales de guerra) a una autoridad común para impedir otra escalada bélica.
Las convicciones de Robert Schuman, Jean Monnet, Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi, John Henry Spaak y quienes les acompañaron en su iniciativa (académicos, empresarios, sindicalistas, miembros de la sociedad civil participantes en los movimientos por la unidad europea) no surgieron de la nada. La sociedad de posguerra estaba permeada por un sustrato ético y cultural que forjó su compromiso. En el pensar y sentir de aquellos destacan algunos rasgos que definen el 'alma' del proyecto: se sustenta en la libertad, muestra el convencimiento de que la fuerza de uno no consiste en la debilidad del otro, sino en el interés común; destaca la igualdad y la no discriminación entre personas; promueve la tolerancia y el respeto, como principios de convivencia; apuesta por la democracia y el Estado de Derecho como marco en el que todos puedan ejercer su responsabilidad para lograr una sociedad mejor; configura un espacio en el que, sin imposiciones, las opiniones se puedan defender.
En ese humus social y cultural maduró el proyecto. El Tratado de la Unión Europea en vigor declara su origen en el preámbulo: proviene de «la herencia cultural, religiosa y humanista del Viejo Continente». Por su parte, la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (CDFUE) explicita las fuentes de esa herencia: «la tradición religiosa, cultural y humanista de Europa». En línea con el pensamiento clásico, la fidelidad a esa herencia –el 'alma' del proyecto– es garantía de unidad y muestra el camino de futuro.
Los iniciadores de la Unión Europea (término acuñado en el Tratado de Maastricht, en 1992) fundamentaron en esa base sólida sus ideales, y su trabajo, también en la política. No veían incompatibilidades entre los principales componentes del modo de ser europeo, forjado sobre la base del pensamiento cristiano y de los ideales de la Ilustración, con la dignidad de la persona, fuente de los derechos humanos, y la libertad como elementos centrales. Junto con la herencia ilustrada, tanto el francés Jean Monnet como el mandatario belga Paul Henry Spaak, ateo y agnóstico respectivamente, reconocían en el cristianismo un factor positivo de cohesión en la historia de los pueblos de Europa ('Europa, un salto a lo desconocido', p. 17). Por su parte, Schuman, Adenauer y De Gásperi hablaban públicamente de los valores cristianos que inspiraban sus acciones.
La sociedad del siglo XXI muestra un cambio cultural. En las últimas décadas, las fuentes de esos valores europeos, que se entendían compatibles, se han visto enfrentadas por exclusiones unilaterales: en un mundo que persigue el progreso, parece predominar la tendencia a reducir racionalidad ética a favor de la racionalidad técnica. La reciente inclusión del derecho al aborto en la Constitución francesa es un ejemplo. La petición de Macron para que también forme parte de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE (CDFUE) supondría un paso más. La propuesta, con base en el principio republicano de libertad, entra en colisión con la dignidad intangible propia del ser humano, con independencia de su condición. Válida, por tanto, para quien sufre, carece de ciertas facultades comunes o está en periodo de gestación. En la Europa de hoy, un mismo valor puede contener significados de distinto alcance, según la referencia cultural o el criterio que se utilice en cada caso. La diferencia de enfoque muestra una quiebra en su 'alma', y muestra la necesidad de un nuevo consenso entre las tradiciones cultural, humanista y religiosa que han forjado la identidad del proyecto europeo, y señalado el camino de progreso.
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Ana del Castillo
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