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Uno de nuestros refranes más populares sostiene, y no le falta razón, que «el que tiene boca se equivoca». Esto sucede incluso entre quienes son muy prudentes, a veces excesivamente prudentes, a la hora de emitir opiniones y tomar decisiones. Este es, a mi juicio, ... el caso del Banco Central Europeo (BCE), esa institución encargada de diseñar y aplicar la política monetaria en la Eurozona, con la finalidad, sobre todo, de lograr la estabilidad de precios.
Lo que desde mi punto de vista está equivocado en el comportamiento del BCE es la tardanza y mojigatería con la que toma sus decisiones: tarda demasiado en hacer lo que hay que hacer y, cuando lo hace, no pone toda la carne en el asador.
Como lo dicho puede sonar un poco fuerte, permítanme que me explique. La primera equivocación del BCE consistió en desarrollar una política monetaria excesivamente restrictiva (aumentos continuados de tipos) como mecanismo para luchar contra una inflación desbocada pero que muchos expertos consideraban, y yo coincido con ellos, que su origen principal no estaba en el comportamiento de la demanda. La inflación se produjo, en esencia, por un shock de oferta (aumento de los precios de la energía y ruptura de las cadenas de suministro), y el BCE, empujado por un comportamiento timorato bastante común entre los bancos centrales, no quiso o no supo verlo.
Sea como consecuencia de las sucesivas subidas de tipos o, simplemente, porque las circunstancias geopolíticas fueron cambiando, lo cierto es que las tensiones inflacionistas en la Eurozona empezaron a remitir, bien que con más lentitud de la inicialmente esperada. De lo que no hay duda es de que las subidas de tipos provocaron un enfriamiento importante de la economía, aunque, justo es reconocerlo y al menos hasta ahora, no dieron lugar a una recesión. La conclusión es que no es evidente que la subida de tipos cortara la inflación, pero sí que contribuyó a desacelerar significativamente la actividad económica.
Como la inflación lleva un tiempo emitiendo señales de que, dentro de la incertidumbre reinante, parece estar controlada (o, por lo menos, encauzada), el BCE decidió, en su momento, proceder a una primera bajada de tipos, bajada que hace poco ha alcanzado su tercera edición y que ha dejado los mismos en el 3,25%. Y aquí se encuentra precisamente, según muchos expertos con los que también coincido, la segunda equivocación del BCE: que la primera bajada de tipos se hizo demasiado tarde y que su cuantía, al igual que las dos siguientes, ha sido muy moderada.
¿En qué me baso para sostener que el cambio de dirección de la política monetaria del BCE fue (está siendo) tardío y de escasa magnitud? El hecho de que lo considere tardío descansa, sobre todo, en el papel que los retardos (lags) desempeñan a la hora de que tal política muestre su eficacia, unos retardos que, en general, pueden ser bastante largos. La cuestión es que entre que se toma una decisión, se implementa y empieza a surtir efectos pasa un tiempo que, en ocasiones, puede conllevar que cuando estos últimos se producen la situación económica a la que afectan sea muy diferente a la de partida. En cuanto a la escasa cuantía de las bajadas de tipos, la crítica procede de que, como las mismas han sido descontadas por los mercados (que en este sentido han sido más perspicaces y sagaces que el BCE), sus efectos sobre la economía real no van a ser, pienso, muy significativos.
Esta mojigatería a la hora de bajar los tipos proviene, creo yo, de la lucha interna que mantiene el BCE sobre cómo actuar: los halcones, liderados por los representantes de países como Alemania y Países Bajos, son partidarios de mantener una política restrictiva (porque todavía son muchos los factores que pueden hacer descarrilar la actual senda de desaceleración inflacionista), mientras que las palomas consideran que las amenazas de recesión (que en el caso de Alemania son más que evidentes) son demasiado fuertes como para ignorarlas. La conclusión es que, entre ponte bien y estate quieto, el BCE se está mostrando excesivamente remiso, demasiado cauto, a la hora de tomar decisiones más arriesgadas. Sin ánimo de ofender a nadie y, como siempre, reconociendo que es más fácil predicar que dar trigo, probablemente se necesite al frente del mismo a alguien más apegado al terreno, como Draghi, que alguien tan levitante como Lagarde.
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