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Para los que ya tenemos una edad es de sobra conocido que, durante una buena parte del siglo XX, se produjo una lucha encarnizada entre ... capitalismo y socialismo que terminó con la derrota sin paliativos de este último y que, en consecuencia, dejó al capitalismo como único sistema económico con posibilidades de supervivencia. Esto no significa, claro está, que el capitalismo no tenga defectos, que los tiene y muchos, sino que, utilizando un vocablo muy de moda, es un sistema muy resiliente, pues ha mostrado sobrada capacidad para adaptarse a nuevas situaciones y sacar el mayor provecho de las mismas. Es por ello que, parafraseando lo que dijo Churchill sobre la democracia, se podría afirmar que el capitalismo es el peor sistema económico posible, excluidos todos los demás.
Para mantenerlo y mejorarlo habría que minimizar sus defectos, entre los que probablemente el mayor consista en que, si está mal regulado, no hace más que promover la desigualdad. Como dijo el poeta, novelista y cantautor Leonard Cohen, «The poor stay poor, the rich get rich. That's how it goes, everybody knows». (Los pobres se mantienen pobres; los ricos se hacen ricos. Así son las cosas; todo el mundo lo sabe). O, como sostiene el economista Thomas Piketty, el capitalismo, tal y como lo conocemos, sólo puede dar lugar a un aumento constante de la desigualdad. El motivo lo resume Piketty de forma muy gráfica: cuando el rendimiento de las inversiones en capital (r) es mayor que el rendimiento del trabajo (g) durante amplios periodos de tiempo, el aumento de la desigualdad está garantizado, pues, entre otras cosas, el atractivo de trabajar y estar bien formado es cada vez menor. Exagerando, para que se me entienda mejor, parece que hoy por hoy compensa más, si se puede, invertir en ladrillo (o similar) o, si no tienes esa capacidad, ser un youtuber, tiktoker, influencer o futbolista de élite, que esforzarse en tener una buena educación y formación.
Pues bien, esto último –esto es, que r es mayor que g– es lo que ha ocurrido en el mundo en los últimos cuarenta/cincuenta años y, como consecuencia de ello, las desigualdades y la polarización no ha hecho más que aumentar. ¿Cómo se resuelve este problema? La solución no es sencilla y no se obtiene, desde luego, con recetas populistas, que lo único que hacen es empeorar las cosas a medio y largo plazo y, a menudo, también a corto. La receta tradicional, consistente en desarrollar un sistema tributario progresivo, ayuda, pero, a la vista de los países que cuentan con éste, no es, ni de lejos, la 'solución'. Y no lo es no sólo por los muchos coladeros que suele tener el sistema (¿cómo se explica que, al final, las grandes fortunas paguen en términos relativos menos que la inmensa mayoría de las personas que configuran la clase media?) sino porque son varias, y políticamente complicadas, las teclas que hay que tocar para encontrar la 'solución'. En un nivel general, habría que empezar por implantar una regulación tributaria progresiva cuasi-universal, que conllevara un tratamiento similar de circunstancias económicas similares en cualquier parte del mundo; nada, pues, de paraísos fiscales o tratamientos favorecedores para unos pocos megaricos. Aunque en los últimos tiempos se habla mucho de esto y hay que reconocer que algún avance se ha producido en esta materia, hemos de asumir que, hoy por hoy, y me temo que por mucho tiempo, esto no es más que una utopía.
Estando así las cosas, y sin abandonar el que hay que seguir incidiendo en las medidas tributarias redistributivas y llevar a cabo una regulación económica más solvente y justa, me parece que la mejor alternativa posible consiste en desarrollar políticas predistributivas, que son la únicas que de forma consistente y con vocación de futuro pueden ayudar a resolver (esto es, minimizar) el problema, porque actúan sobre la base del mismo. En esencia, me refiero es a políticas que refuercen los cuatro pilares del 'estado del bienestar': educación y sanidad gratuitas y de calidad, provisión de otros servicios públicos tales como ayudas a la vivienda, subsidios de desempleo, etc., adecuados a las circunstancias, y pensiones dignas. Sólo así será posible cambiar el sistema de valores hoy imperante, y hacer que el esfuerzo, la formación, y el trabajo sean gratificantes, personal y económicamente. Sólo así, creo, se reducirá la desigualdad y sólo así el capitalismo podrá asegurar, quizás, su permanencia.
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Ana del Castillo
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