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Embarrados en un debate político que, a mi juicio, no nos conduce a ninguna parte salvo a una mayor polarización, en general hemos pasado bastante ... por alto que la economía española ha cerrado el año con unos muy buenos resultados económicos, tanto en términos de crecimiento del PIB como de generación de empleo. Por una vez, y esperemos que sirva de precedente, somos de los primeros de la clase y, al menos yo he de reconocerlo, sienta muy bien.
Lo dicho no significa, en absoluto, que no tengamos problemas, que los tenemos y muy gordos, sino que, a priori, estamos en unas condiciones un poco mejores para poder afrontarlos. Todo tiene su cara y su cruz.
Centrándonos en la esfera macro, y en particular en el mercado de trabajo, es innegable que 2024 ha sido un año muy bueno. Por un lado, y mediante la creación de casi 470.000 puestos de trabajo, el empleo ha alcanzado una cifra récord de 21.857.900 personas; por otro lado, la disminución del desempleo en más de 265.000 personas ha conducido a situar la tasa de paro, por primera vez en muchos años, por debajo del 11%. Ésta es, sin lugar a dudas, la cara amable, la buena, en relación con el comportamiento del mercado de trabajo.
La cara menos amable o, si se quiere, la cruz del mercado de trabajo se materializa, al menos, en tres aspectos. El primero de ellos es que, pese a los avances logrados, las tasas de actividad y ocupación en nuestro país son sensiblemente menores que en la mayoría de nuestros socios comerciales, y en particular de los comunitarios. El segundo aspecto va en la misma línea, pero se refiere al desempleo; de nuevo, y pese a todo el progreso registrado el último año, la tasa de paro sigue siendo objetivamente muy elevada y superior a casi todos los países de la UE. Para no abrumarles con cifras, que a veces confunden más que ayudan, valga decir que en España las tasas de actividad y paro se situaron, respectivamente, en el 58,49% y 10,61%, mientras que la UE anotaba un registro del 75,6% en la primera (con Alemania por encima del 80%) y del 5,9% en la segunda. Con unos diferenciales tan pronunciados en contra de nuestro país resulta fácil entender que, siendo todos los demás factores iguales (que, además, no lo son), nuestra productividad y renta por habitante sean bastante más reducidas que las relativas a la media comunitaria.
El tercer aspecto que constituye un problema importante para nuestro mercado de trabajo y, por ende, para nuestra economía, se refiere a la calidad del empleo, muy por debajo, en líneas generales, a la de los países más avanzados de nuestro entorno socioeconómico. Por motivos varios, y esto lleva sucediendo ya un tiempo, somos incapaces de trasladar mucho más eficazmente la bondad de los datos macroeconómicos al comportamiento micro; así, muchas familias siguen en situación de precariedad, incluso cuando uno, o varios, de sus miembros tiene(n) la fortuna de contar con un puesto de trabajo. Crear mejores empleos, que al final es la política social más eficaz, es uno de los grandes retos a los que se enfrenta nuestro país y, reconozcámoslo, al menos de momento no lo estamos abordando correctamente.
Un aspecto adicional que, en cierta medida, podría considerarse también como la cruz del mercado de trabajo es el relativo a las grandes disparidades que existen a escala regional. Aunque éstas tienen ya un carácter estructural, o precisamente por ello, las diferencias entre las comunidades del noreste y suroeste no se han mitigado en absoluto a lo largo de 2024; las tasas de actividad y ocupación son sistemáticamente mayores en las primeras que en las segundas, mientras que lo contrario ocurre en lo que concierne a las tasas de paro.
En este contexto regional, la situación de Cantabria merece una atención particular, pues, sin que pueda decirse que el año fue malo desde la perspectiva laboral, lo cierto es que, de acuerdo con las cifras del INE –que, todo hay que decirlo, difieren de las de la Seguridad Social–, el último trimestre rompió la tendencia marcada durante los tres anteriores; por eso, y pese al aumento del número de activos y ocupados, la tasa de paro en la comunidad creció ligeramente, hasta situarse en el 8,23%, bastante menor que la nacional, pero por encima de la de la propia región un año antes.
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