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Cuando entramos en el último cuarto del año, y con el grueso de la temporada turística ya terminado, no es arriesgado decir que el turismo ha sido, una vez más, uno de los sectores productivos que más ha tirado de nuestra economía. En este sentido, ... y pese a los nubarrones que se ciernen sobre su futuro (véase lo dicho en esta misma columna del pasado 15 de julio), es obvio que el turismo constituye una bendición para nuestro país, pues una parte importante de su economía, de su ocupación y, por ende, de su población sobrevive, y no mal, gracias al mismo.
El que el acontecer turístico sea mejor o peor depende de muchos factores, y si queremos que este siga siendo favorable tenemos que ser buenos, o muy buenos, en todos ellos. El World Economic Forum (WEF), en colaboración con la británica Universidad de Surrey, elabora cada dos años un índice de desarrollo turístico que permite sacar a la luz los puntos fuertes y débiles de la competitividad turística de un bloque de 119 países. El índice en cuestión, que es el agregado de cinco dimensiones (o factores) de competitividad, tiene como finalidad medir el progreso del sector y orientar las decisiones de inversión, toma valores que van desde el 1, que refleja el peor resultado posible, al 7, que ilustra sobre el mejor.
Pues bien, el último informe publicado, que corresponde al año actual, pero con datos de 2023, empieza por constatar que, tras la pandemia, el sector ha seguido avanzando en su proceso de recuperación, pero que lo está haciendo de forma un tanto desigual entre países, siendo los europeos y los de Asia-Pacifico los que lo hacen en mayor medida, gracias a disfrutar de condiciones (factores de competitividad) más favorables.
En relación con España, que es el caso que nos ocupa, dos son, en principio, los rasgos que cabe reseñar: el primero de ellos es que el informe del WEF sitúa a nuestro país como el segundo más competitivo del mundo, por debajo únicamente de los Estados Unidos, y por encima de países tan atractivos como Japón y Francia; el segundo es que, al menos en las tres últimas ediciones del índice, correspondientes a 2019, 2021 y 2023, España, con puntuaciones respectivas de 5,18, 5,12 y 5,13, se sitúa siempre en uno de los tres primeros puestos.
¿Qué es lo que justifica una posición tan destacada? Pues, naturalmente, la buena puntuación cosechada en cada una de las cinco dimensiones y diecisiete pilares que lo conforma. En concreto, el último informe evidencia que alcanzamos posiciones punteras en casi todas las dimensiones y pilares mencionados: específicamente, destacamos en materia de recursos culturales y naturales, en todo lo que atañe al entorno facilitador para el viajero (salud, higiene, seguridad, conectividad TIC, …) así como en lo referente a infraestructuras turísticas (aeroportuarias y hoteleras, sobre todo); por el contrario, flojeamos un tanto en el pilar de las condiciones facilitadoras del turismo, debido a nuestra baja competitividad precio, y en el de la sostenibilidad, en particular en el de la demanda (debido a su elevada estacionalidad temporal y concentración geográfica).
A la vista de lo expuesto, que se deriva de los resultados publicados en el último informe sobre competitividad turística, cabe concluir que el turismo seguirá siendo, esperemos que durante muchos años, un pilar básico de nuestra economía. Eso sí, amén de que su futuro está sometido a los riesgos globales conocidos de todos (de naturaleza económica, ambiental, geopolítica, societal y tecnológica), hay prestar atención a los propios de nuestro país, mencionados anteriormente; en consecuencia, hay que seguir avanzando en los procesos de desestacionalización y desconcentración geográfica, para lo que es vital fomentar el turismo de interior, vinculado más al entorno natural, la cultura y la gastronomía. Por otro lado, y aunque de momento no constituya un riesgo importante, debemos prestar mucha atención a la competitividad precio, pues aunque es excelente en relación con la de otros países desarrollados, deja mucho que desear en comparación con la de competidores potenciales (y, en gran medida, ya reales) del sur del Mediterráneo y de otros países en vías de desarrollo.
Dado el afán del hombre por viajar y conocer nuevos países, personas, culturas y costumbres es previsible, como señalaba antes, que el turismo continúe siendo nuestra gallina de los huevos de oro, pero, si no lo cuidamos y prestamos atención a sus puntos débiles, puede dejar de serlo en poco tiempo.
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