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España, reconozcámoslo, es un país raro. Dependiendo de lo que sea que esté en juego, tendemos a ser excesivamente modestos o a creernos los reyes del mambo. Esto último suele ocurrir sobre todo en la esfera deportiva, mientras que lo primero sucedía, y en buena ... medida sucede, en el terreno de la política y la economía. A partir de nuestra integración en la UE en 1986 hemos empezado a sacudirnos un poco el complejo de inferioridad; el peso de la historia, sin embargo, es muy grande y es difícil quitárselo de encima en poco tiempo. Y sin embargo…
«Hace unos años, España era sinónimo de fracaso económico. El gobierno y los bancos del país parecían estar atrapados en una espiral mortal y dependían de rescates. Los jóvenes abandonaban el país o protestaban por su falta de oportunidades. Las casas estaban a medio construir y los aeropuertos abandonados, reliquias de una burbuja de la construcción que estalló».
«Cómo ha cambiado eso. Según nuestros cálculos, el país va camino de ser la economía del mundo rico con mejor desempeño en 2024 en una serie de indicadores que incluyen el crecimiento del PIB, la inflación, el desempleo, la política fiscal, y el desempeño del mercado de valores. Tanto el crecimiento económico general como el ritmo de creación de empleo son más rápidos que en Estados Unidos, que ha sido la envidia del mundo rico».
Como pueden imaginar, los dos párrafos anteriores, al ir entrecomillados, no son míos; de serlo, seguro que muchos me tacharían de triunfalista sin motivos; aquí, se me diría, siempre hemos sido segundones, seguro que esto no es más que un espejismo. Pues bien, los párrafos corresponden a un artículo reciente de la prestigiosa revista 'The Economist', que, de esta forma, reconoce el buen trabajo que, pese a la crispación política reinante, se ha hecho en nuestro país en materia económica. Es más, la citada publicación nos pone como ejemplo de comportamiento para otros países, subrayando las lecciones que, en su opinión, podemos darles.
La primera es que hay que concentrarse más en los servicios y, sin olvidarla, no tanto en la industria. Estoy totalmente de acuerdo con esto si el énfasis y el esfuerzo se pone en el desarrollo de servicios de alto valor añadido (servicios de consultoría y know-how tecnológico), pero mucho menos si, como nos ocurre en parte y aunque de momento nos vaya bien, se pone el acento en los servicios turísticos (sol y sangría, dice 'The Economist').
La segunda lección es que hay que mantener una actitud abierta hacia la inmigración y el establecimiento de empresas extranjeras, en particular chinas. Aunque en ninguno de estos dos campos somos auténticos líderes, lo cierto es que lo estamos haciendo relativamente bien y, a juzgar por los resultados, mejor que nuestros principales socios y competidores.
La tercera lección que, según 'The Economist', España puede ofrecer a otros países se refiere a las reformas estructurales que hemos emprendido, sobre todo en los ámbitos financiero y laboral, pero también, aunque en menor medida, en el energético. Pese a que aquí tendemos a minimizar nuestros logros (esto es algo que la oposición borda), no se puede negar que las reformas realizadas en los dos primeros han logrado que nuestros bancos sean más sólidos y que nuestro mercado de trabajo sea menos volátil (más creador de empleo y menos generador de desempleo) que en el pasado; por otro lado, tampoco se puede ocultar que las medidas adoptadas para fomentar la producción de energía renovable están dando sus frutos.
Como revista seria que es, The Economist no se limita a exponer lo guapos que somos, sino que también subraya algunas cosas que nos afean o nos pueden afear. Puesto que estas suelen ser motivo de atención recurrente en esta columna, me limitaré a mencionar dos que la revista considera entre las más problemáticas: por un lado, el problema de la vivienda, acrecentado por la proliferación de pisos turísticos y la llegada de inmigrantes; y, por otro, la endeblez de la inversión.
Sentirnos, aunque sólo sea por una vez, como los protagonistas de la fiesta no puede ser, creo yo, malo. Lo malo sería que nos acomodáramos y no siguiéramos con los procesos de reforma y apertura; las enseñanzas que The Economist considera que podemos dar a otros, también debemos hacerlas nuestras de forma permanente. Así nos irán mejor las cosas y podremos, poco a poco, sacudirnos el complejo de inferioridad que, por desgracia, todavía tenemos.
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Ana del Castillo
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