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Hace algo más de cien años, John Maynard Keynes, uno de los más grandes economistas de todos los tiempos, publicó 'Las consecuencias económicas de la paz', un libro en el que examinaba las condiciones impuestas a Alemania tras perder la Primera Guerra Mundial. Teniendo en ... cuenta la enorme cantidad de conflictos que plagan el planeta en la actualidad, es probable que necesitemos otro Keynes que escriba otro libro titulado 'Las consecuencias económicas de la guerra'. Con muy poca audacia y nulas pretensiones, y tomando como referencia un reciente artículo de Martin Wolf publicado en el diario Financial Times, me limito aquí a esbozar algunas posibles consecuencias económicas de la guerra entre Israel y Hamás.
Reconociendo que, dado el nivel de incertidumbre existente, nadie sabe de verdad cuál será la magnitud de tales consecuencias, no cabe ninguna duda de que las mismas dependerán de cuán severa y larga sea la guerra, de cuáles sean sus ramificaciones políticas y, en definitiva, de cómo impactarán ambas sobre los mercados energéticos. Sea como fuere, la estimación de los efectos debe partir de dos hechos: el primero es que Oriente Medio, que es donde se desarrolla el conflicto, produce más del 30% del petróleo mundial y tiene unas reservas comprobadas cercanas al 50%; además, aproximadamente, el 20% del petróleo mundial pasa por el estrecho de Ormuz, situado al fondo del golfo Pérsico; el segundo es que la experiencia muestra que, con un retraso de unos pocos meses, conflictos anteriores en la zona (la guerra de 1973, la revolución iraní de 1978 y la invasión de Kuwait por Irak en 1990) se tradujeron en aumentos muy sustanciales (52%, 48% y 105%, respectivamente) en el precio del barril del crudo.
¿Ocurrirá ahora algo parecido? Es difícil pronunciarse al efecto, aunque, quizás de forma un tanto optimista, se tiene la esperanza de que ahora los efectos no serán tan pronunciados. Cuatro son los motivos que, a priori, avalan este pronóstico. A la vista de lo ocurrido a cuenta de la guerra en Ucrania, quizás el menos relevante de todos sea el de que, ahora, la coordinación internacional a través de organismos como la Agencia Internacional de la Energía es mucho mayor de lo que lo fue cuando se produjeron los conflictos arriba mencionados. Sin menospreciar los efectos de una mejor coordinación internacional, me parece que los otros tres motivos son, en cualquier caso, más significativos. Por un lado, tenemos que la intensidad en el uso de petróleo por dólar (o euro) producido ha caído de forma sustancial (en torno al 60%) desde mediados de los años setenta, cuando se produjo la guerra del Yom Kipur; por otro lado, ocurre que, tras ver las orejas al lobo en muchas ocasiones, las fuentes de aprovisionamiento se han diversificado considerablemente, haciendo que la dependencia del petróleo extraído en los pozos de Oriente Medio haya ido disminuyendo poco a poco; y, por último, y por el mismo motivo que el anterior, sucede que también las reservas estratégicas de la mayoría de los países (occidentales, sobre todo) han aumentado de manera apreciable.
En todo caso, y pese a las razones aducidas para no caer en la desesperanza, las estimaciones realizadas por el Banco Mundial acerca de las horquillas en las que podría moverse el precio del barril varían, según cuál sea el escenario considerado en relación con las interferencias en los suministros, desde algo menos de 100 dólares (si el conflicto no se expande y se mantiene 'controlado') hasta cerca de los 160 (si el conflicto se extiende, se agrava y se alarga), un precio muy similar, en términos reales, a su máximo histórico; de producirse esta última situación, tanto más probable cuanto más se alargue la guerra y ocasione como efecto político colateral el cierre del estrecho de Ormuz, el impacto sobre el precio del barril podría ser incluso mayor.
A la vista de lo expuesto, parece evidente que se va a producir, en mayor o menor medida, una subida de los precios del petróleo, que, al igual que ocurrió con los del gas con la guerra en Ucrania, se traducirá en un crecimiento de los precios de la energía y, posteriormente, de todos los bienes y servicios. La conclusión, por lo tanto, es evidente: vamos a seguir viviendo con tensiones inflacionistas muy fuertes durante algún tiempo y, en consecuencia, los bancos centrales seguirán aplicando políticas monetarias restrictivas y constriñendo la actividad económica. Llueve sobre mojado.
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