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En contra de lo que los peores augurios pronosticaban, la economía española se está comportando bastante bien, desde luego, bastante mejor que la de nuestros principales competidores europeos. Pese a ello, hemos de reconocer que nuestro crecimiento, cierto que como el de la mayoría de ... los países avanzados, es un tanto rácano y, en consecuencia, no permite avanzar demasiado en la solución de nuestros problemas.
Como sostienen los empresarios, y no sólo en este punto coincido con ellos, aunque en algunos otros discrepo, antes de distribuir la riqueza hay que generarla, esto es, hay que crecer. Sin crecimiento económico es muy difícil, por no decir imposible, resolver problemas como los de la deuda pública, el aumento de la pobreza o los desequilibrios territoriales. Si bien es cierto que el crecimiento no es la panacea universal (tampoco creo que el decrecimiento sea la solución para nada), sí que, sin él, parece enormemente complicado que mejoremos nuestra situación financiera, económica y social. El crecimiento económico es, por tanto, una condición necesaria pero no suficiente para lograr que el futuro sea mejor que el presente.
¿Por qué, entonces, crecemos tan poco? Tras abundante trabajo de investigación, el análisis económico es capaz de ilustrarnos, de forma clara y contundente, acerca de cuáles son las palancas que hay que emplear para generar crecimiento. En la actualidad nadie duda de que el capital productivo, el capital humano, el capital social y el progreso tecnológico son esas palancas y que, correctamente utilizadas, generarán el resultado apetecido. ¿Por qué, entonces, no lo conseguimos?
Aunque pueda parecer simplista, incluso de Perogrullo, creo que la respuesta estriba en reconocer que una cosa es predicar (no sólo los analistas, como yo, sino, sobre todo, los políticos y los agentes sociales) y otra dar trigo. Si empezamos por el capital productivo, tendremos que reconocer que la inversión en nuestro país, tanto la pública como la privada, no destaca por su dinamismo; aunque hay momentos concretos en que la misma pega un importante salto adelante, con frecuencia es uno de los artificies del crecimiento económico más damnificados cuando, por el motivo que fuere, las cosas vienen mal dadas. De hecho, la trayectoria de la inversión en nuestro país es un tanto errática y así es imposible generar un crecimiento sostenido, que es, como he dicho, una condición necesaria para solventar nuestros problemas.
En cuanto al capital humano, ocurre otro tanto de lo mismo. Se nos llena la boca hablando de la importancia de la formación y la educación, pero pocas veces, si alguna y casi siempre de forma esporádica, se dedican a ambas la financiación y la atención necesarias como para situar al capital humano a la cabeza de nuestros esfuerzos colectivos. El resultado, obviamente, es que no destacamos en esta materia en ninguno de sus niveles: recordemos los malos resultados PISA, la deficiente atención a la formación profesional, o la posición que ocupan nuestras universidades en los rankings internacionales más fiables.
El capital social, que nunca ha sido uno de nuestros puntos fuertes (aquí somos, sobre todo, individualistas), está pasando en los últimos tiempos por una de sus fases más complicadas. Si los políticos y agentes sociales de distintos colores son absolutamente incapaces de ponerse de acuerdo en cosas tan elementales como la renovación de instituciones políticas, judiciales, económicas, administrativas, etc., ¿qué podemos esperar, o pedir, al resto de la sociedad? Lo de la unión hace la fuerza parece que, salvo por algunos acontecimientos deportivos, no va con nosotros.
Por último, hemos de reconocer que dedicamos escasa atención y esfuerzo a todo lo relacionado con el progreso tecnológico. Como es bien sabido, somos un país en el que, de forma sistemática, invertimos muy poco en I+D+i, mucho menos que la media europea y, por supuesto, menos todavía que los países que están en el pelotón de cabeza. Si, como se reconoce cada vez más, el crecimiento económico proviene más del descubrimiento de nuevas ideas y de la explotación de las mismas que del uso intensivo de los recursos productivos, esto es, del crecimiento de lo que se conoce como la productividad total de los factores, resulta preocupante que ni el sector privado ni el público presten la suficiente atención (sobre todo en forma de tiempo, recursos y esfuerzo colectivo) a que la I+D+i sea, junto con un salto cualitativo de nuestro capital humano, el pilar básico de un crecimiento más sólido y potente, amén de inclusivo.
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