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Supongo que todos estaremos de acuerdo con que para que el denominado Estado del Bienestar sea digno de tal nombre debe contar con una financiación adecuada. Esta, como es bien sabido, procede de diversas fuentes, pero una de las más relevantes está, sin lugar a ... dudas, vinculada al comportamiento del mercado de trabajo, el cual, a su vez, depende en parte de los costes laborales. Pues bien, cuando hablamos de costes laborales es preciso distinguir, como mínimo, entre los costes para el empleador y los ingresos netos para el empleado.
Los costes para el empleador incluyen, cuando menos, dos rúbricas, el salario bruto pagado al trabajador y las contribuciones empresariales a la seguridad social; los ingresos netos para el empleado (su renta disponible) se conforman tras detraer de su salario bruto la parte que el Estado se lleva en concepto de impuesto sobre la renta más la contribución correspondiente a la seguridad social. Teniendo en cuenta todo esto, se entiende que la cuña fiscal sobre los salarios hace referencia a la diferencia existente entre los costes laborales totales para el empleador y el salario neto que el trabajador o empleado se lleva a su casa.
Recientemente, la OCDE ha hecho públicas sus estimaciones relativas a la cuña fiscal salarial de sus 38 países miembros, así como al tipo impositivo medio para un trabajador estándar. Y, como siempre, al examinar las mismas se aprecian algunos resultados que dan lugar a curiosidades interesantes.
La primera que suscita interés, que en sí misma sólo está indirectamente vinculada con el tema abordado, es que la OCDE presta atención a tres situaciones distintas: la de un trabajador soltero, la de una pareja en la que sólo uno de los dos trabaja y que cuenta con dos hijos, y la de una pareja en la que trabajan los dos miembros y cuenta con dos hijos. Esto, indirectamente, nos dice algo acerca de la estructura familiar de nuestras sociedades.
La segunda cuestión llamativa, que ya va al fondo de la cuestión, es que las diferencias en la cuña fiscal media entre los tres grupos mencionados se han mantenido muy estables a lo largo de todo este siglo. El trabajador soltero sin hijos es el que se ve sometido a una cuña fiscal más elevada, seguido de la pareja en la que trabajan los dos miembros; el grupo con la menor cuña fiscal es el que se refiere a parejas con un solo trabajador. Aunque este es un rasgo común a la mayoría de los países de la OCDE, no deja de sorprender que, en términos comparativos, no se bonifique más a una pareja en la que trabajan sus dos miembros que a una en lo que sólo lo hace uno de ellos.
El tercer rasgo que sobresale es que, como norma, son los impuestos sobre la renta del trabajador y la contribución a la seguridad social del empresario los que conforman el grueso de la cuña fiscal, sea cual sea el grupo de análisis considerado.
Por último, y en relación con nuestro país, hay tres aspectos que merecen ser destacados. Por un lado, que la cuña fiscal es mayor aquí que en la media de la OCDE en los tres grupos objeto de análisis, con diferencias en contra particularmente elevadas en el caso de las parejas que cuentan con un solo trabajador. Por otro lado, que el peso de las contribuciones empresariales a la seguridad social en la cuña fiscal es, en todos los casos, mayor en nuestro país que en el conjunto de la OCDE. Y, finalmente, que el salario neto del trabajador (soltero) se aproxima más al salario bruto; la diferencia está en torno al 22% del salario bruto mientras que en la OCDE se sitúa en el 25% y en unos cuantos países sobrepasa el 30%. Además, hay que subrayar también que, mientras que el impuesto sobre la renta medio en España es similar al de la OCDE, la contribución a la seguridad social por parte del trabajador es en nuestro caso bastante más baja que en el conjunto de los países ricos.
A la luz de lo expuesto, y con referencia a nuestro caso concreto, cabe mencionar que no siendo tan distintos de la media de la OCDE, podría ser interesante bajar un poco las contribuciones empresariales y subir las de los trabajadores.
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