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stoy convencido de que algunos de ustedes estarán hartos de la insistencia con la que, en esta columna, se abordan algunos temas. Pese a ello, creo justificado hacerlo porque, por circunstancias varías, algunos temas son extremadamente recurrentes. Este es el caso, por ejemplo, de la ... inflación, sobre la que he escrito largo y tendido pero sobre la que no queda más remedio que seguir escribiendo pues, un día sí y otro también, surgen noticias sobre la misma que nos impulsan a nuevos comentarios.
Teniendo en cuenta la evolución de la inflación en los últimos meses, todo apuntaba a que empezaba a estar controlada y que, por lo tanto, en un plazo relativamente corto de tiempo la política monetaria restrictiva podría empezar, si no a aflojar, al menos a no seguir endureciéndose; vamos, que las subidas de tipos cesarían. En los últimos días, sin embargo, el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, ha avisado de que, de seguir las cosas como hasta ahora, no le temblará el pulso en llevar a cabo nuevas subidas de tipos. En concreto, sus palabras fueron: «si la totalidad de los datos indicara que se justifica un endurecimiento más rápido, estaríamos preparados para aumentar el ritmo de subidas de tipos».
Pues bien, como el BCE suele tomar decisiones muy similares a las de la Reserva Federal, bien que, por cuestiones ligadas a diferencias estructurales entre las economías europea y la norteamericana, con un cierto retraso, cabe la posibilidad de que, pese a todo, la política monetaria del BCE se siga endureciendo durante más tiempo de lo previsto en lugar de, como decíamos, estabilizarse.
¿Cuál es la razón de que, pese a la caída de la tasa de inflación, se siga amenazando con nuevas y más fuertes subidas de tipos? La única explicación que nos viene a la cabeza tiene que ver con las expectativas de inflación, esto es, con la evolución esperada de la misma a medio y largo plazo, y con el hecho de que el principal mandato de los bancos centrales es el de controlar los precios, algo que no se puede hacer sin tener bien ancladas las expectativas de inflación.
¿Y, cómo son estas expectativas? Pues muy inciertas y, por lo tanto, muy preocupantes. Son inciertas porque, aunque algunos factores causantes de la inflación se están corrigiendo, otros se mantienen o incluso toman nuevos bríos; entre los primeros tenemos como ejemplos más destacados la reducción de los cuellos de botella en las cadenas de suministro y la caída en los precios de la energía, mientras que, entre los segundos, sobresalen los efectos de segunda ronda, con el aumento de los precios de los alimentos y, potencialmente, de los salarios como capítulos más representativos. Con todo, y según las previsiones de algunas instituciones financieras nacionales, se espera que la tasa de inflación a finales del año baje hasta situarse en el entorno del 4%, lo que, al menos en el caso europeo, no abonaría el temor a nuevas y más agresivas subidas de tipos.
No obstante, hacer previsiones a más largo plazo resulta complicado porque la incertidumbre crece a medida que se aleja el horizonte temporal a considerar. En todo caso, y como señalan algunos estudios sobre el particular, la evolución de los precios en el futuro va a depender, en buena medida y supuesto que no se produzcan nuevas perturbaciones, de cómo se gestionen la transición energética, la globalización y los movimientos migratorios. En cuanto a la primera, el impacto sobre los precios, incluso de una transición ambiciosa, es un tanto ambiguo, aunque se espera que sea contenido: los precios aumentarán primero y bajarán después. En lo que atañe a la globalización, es de sobra sabido que uno de sus efectos positivos es el de contribuir a caídas en los precios de las mercancías (impacto deflacionista), algo que seguirá produciéndose siempre y cuando la globalización (que se encuentra en un momento complicado) no termine por descarrilar. Por último, el efecto de los flujos migratorios sobre los precios dependerá de si las restricciones migratorias que parecen acentuarse en el mundo desarrollado triunfan o no; de hacerlo, presionarán al alza sobre los salarios en las ocupaciones que requieran una baja cualificación.
En definitiva, son tantas las incertidumbres reinantes acerca de la evolución posible de la tasa de inflación que no sorprende que, queriendo anclar las expectativas en torno al 2%, los bancos centrales mantengan, incluso endureciéndola, su política monetaria.
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