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La evolución de la inflación y los tipos de interés ha sido un tema de atención preferente en esta sección a lo largo de los dos últimos años. Con toda probabilidad, lo seguirá siendo durante un tiempo, pues, aunque las aguas bajan mucho más calmadas ... en ambos aspectos, siguen estando un tanto turbias y alteradas.
Tras alcanzar a mediados de 2022 su máximo histórico (por encima del 10%) desde los años ochenta del siglo pasado, la inflación en España, al igual que en el resto de Europa, se ha ido moderando paulatinamente hasta alcanzar, en la actualidad, un nivel ligeramente por encima, pero en el entorno, del 3%. Las expectativas de futuro son halagüeñas, pero no del todo, porque, aunque se espera que la tasa siga cayendo en los próximos meses, retornar a la tasa de inflación objetivo del 2% llevará, según parece, otros dos años.
El hecho de que se espere que la moderación en las presiones inflacionistas siga adelante se basa en la confluencia, cuando menos, de tres factores. El primero de ellos es que el shock energético, que inicialmente fue el principal causante del proceso inflacionista vivido sobre todo en 2022, se ha amortiguado de forma considerable hasta el punto de que, con todas las precauciones posibles, ahora podemos considerarlo poco relevante. El segundo de ellos es que el principal causante de la inflación a lo largo del año pasado, el aumento de los precios de los alimentos, ha iniciado también una senda descendente que, previsiblemente (tal y como indica la evolución de los costes agrícolas) continuará en los próximos meses. El tercero es que, puesto que la inflación subyacente está bastante controlada, los temidos efectos de segunda ronda, sobre todo los provenientes de alzas salariales, parecen ser (así lo refleja el Indicador de Salarios de Caixabank) mucho más flojos que en el pasado reciente. En sentido contrario, cabe decir que la retirada gradual y progresiva de algunas de las medidas fiscales adoptadas en 2022 para contener la inflación impactarán negativamente sobre la misma, aunque, como indica la mencionada Caixabank, su efecto 'sobre la inflación será más reducido y escalonado que si se hubieran retirado completamente a comienzos de año'.
Si bien es cierto que todo lo expuesto constituyen noticias positivas, la preocupación acerca del futuro inmediato persiste, al menos por dos motivos. Por un lado, porque todavía se tardará bastante tiempo en alcanzar la tasa objetivo (tal y como apunté antes, se habla de unos dos años) y, por otro, porque los interrogantes (la incertidumbre sobre los conflictos 'calientes' y 'fríos' que asolan el mundo y su negativo impacto sobre la economía global), siguen siendo demasiado grandes.
Ante un panorama como el descrito, que en mayor o menor medida se repite en la mayoría de los países desarrollados, los bancos centrales y, en particular y por lo que nos atañe más directamente, el BCE están implementando una política monetaria muy cauta; a juicio de algunos, entre los que me encuentro (pues nunca he considerado que su endurecimiento fuese la mejor arma para luchar contra la inflación), demasiado cauta. En concreto, las expectativas de bajadas de tipo de interés que se esperaban en los últimos meses se han visto defraudadas en más de una ocasión, y todo apunta a que podrían serlo de nuevo cuando corresponda llevar a cabo, en junio, una nueva revisión de los mismos. ¿Por qué? Pues, probablemente porque, tal y como reflejan algunos estudios, entre ellos uno muy interesante del FMI, en la lucha contra la inflación hay algunas evidencias incontestables, entre las que quiero destacar dos: que los países que han tenido éxito en tal cometido han evitado cantar victoria antes de tiempo pues la inflación es un fenómeno persistente, y que, en consecuencia, han aplicado políticas restrictivas de forma consistente durante largos periodos de tiempo.
Admitiendo estas evidencias, pues lo contrario sería negar la realidad, sigo pensando que el mantenimiento de tipos al nivel actual es contraproducente porque, por un lado, está coartando las posibilidades de una recuperación económica más potente en Europa y, por lo tanto, de un mayor crecimiento en España (aunque cabe la posibilidad de que las mejore de cara al futuro) y, por otro, porque no ataca, al menos no lo ha hecho en el pasado reciente, las causas últimas de la inflación, causas que, como es bien sabido, están más ancladas en shocks de oferta que de demanda.
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