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Aunque es cierto que en los últimos dos-tres años la economía española se ha comportado, en términos de evolución del PIB, mejor que la ... de nuestros socios comunitarios, también lo es que en épocas de vacas flacas, especialmente durante la Gran Recesión y la pandemia del covid-19, lo ha hecho de forma menos satisfactoria. El resultado de todo esto es que, con el paso del tiempo, apenas si hemos visto algún avance en materia de convergencia de renta per cápita con la Unión Europea (UE); hubo un momento en que parecía que esto iba a ser así, incluso pensamos que podríamos sobrepasar a alguno de los «grandes», pero, al final, todo se vino abajo y seguimos, más o menos, donde siempre.
Las razones por las que la economía española, en una perspectiva de medio-largo plazo, no termina de emparejarse con las más avanzadas del continente las hemos ido desgranando en esta columna a lo largo de los años de vigencia de la misma. De entre estas, y puesto que hoy contamos con información actualizada sobre el particular, quiero centrarme ahora en una muy concreta, el comportamiento de la innovación, sobre la que, lo confieso, debo entonar el mea culpa. Y lo debo hacer porque, pese a que siempre he subrayado el papel de la I+D+i como determinante del crecimiento económico, me parece que lo he hecho mucho más con referencia a las dos letras mayúsculas que a la minúscula.
Pese a ser un elemento clave para el crecimiento económico, todo da a entender que, en la práctica, no se considera así en el caso español. Esta afirmación, que puede parecer demasiado tajante, se sustancia en el hecho de que, de acuerdo con los últimos datos publicados por la Comisión Europea, España se sitúa en un muy discreta posición en su Índice de Innovación: de un total de 38 economias europeas, la nuestra ocupa la posición 19, con un valor un 11% por debajo de la media de la UE y aún más alejado del correspondiente a países que, como Suiza, Dinamarca y Suecia, ocupan las primeras posiciónes en el ranking. Y esto, que es preocupante per se, lo es más si pensamos que, con ligeras variaciones al alza o la baja, es una historia que se repite año tras año.
¿Cómo se puede explicar un posicionamiento tan mediocre como el indicado? Aunque seguro que son numerosos los factores que están detrás del mismo, la forma en la que está construido el índice de innovación de la Comisión Europea nos da algunas pistas sobre el particular. En concreto, tomando en consideración cuatro pilares claves de la innovación, ocurre que España sólo sobrepasa a la media comunitaria en uno de ellos, el relativo al porcentaje de personas con habilidades digitales superiores a las básicas; en los otros tres, sin embargo, nuestro país se situa bastante por debajo, sobre todo en dos de ellos. En efecto, si la diferencia con la media europea en lo que atañe al empleo en actividades intensivas en conocimiento es de casi veinte puntos porcentuales, no es posible ocultar que esta se eleva a más de cincuenta puntos tanto en lo relativo al grado de innovación en pymes como al gasto en I+D por parte del sector privado.
A la vista de lo expuesto, resulta bastante sencillo señalar qué es lo que hay que hacer para intentar que, de forma paulatina, escalemos posiciones en el ranking de la innovación: que aumente la inversión privada en I+D, que las pymes sean más innovadoras, que nuestro tejido productivo sea más intensivo en conocimiento, y que aprovechemos debidamente las habilidades digitales de nuestro capital humano.
Lo de aumentar la inversión privada en I+D y el carácter innovador de las pymes requiere, cuando menos, de un mejor tratamiento fiscal y, en general, de más apoyo público, amén de una ganancia de tamaño de nuestras empresas, pues se ha comprobado que, como norma, cuanto más grande es una empresa más invierte en I+D y más abierta está a explorar conductas innovadoras. Algo parecido requiere conseguir que nuestro tejido productivo sea más intensivo en conocimiento, aunque aquí el desarrollo de la inteligencia artificial puede echar, creo, un cable. Por último, el aprovechamiento de las habilidades digitales exige un mejor emparejamiento de estas con los puestos de trabajo en que las mismas son requeridas. Todo, en teoría, bastante sencillo, aunque, como bien sabemos, una cosa es predicar y otra dar trigo.
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Ana del Castillo
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