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Hace tiempo que en Cantabria, en España, en Europa y en buena parte del mundo desarrollado vivimos, con cierta preocupación, una dinámica demográfica en absoluto positiva. Pese a la palabrería que existe al respecto, poco, o mucho menos de lo necesario, hacemos por tratar de ... revertirla. El tiempo nos dirá si esta política de dejar que las cosas se solucionen por sí solas es acertada o equivocada. Tengo para mí que, como es probable que nos suceda también con el cambio climático, este 'laissez faire, laissez passer' no nos traerá más que problemas cada vez más difíciles de resolver.
Recientemente, la Comisión Europea ha publicado un estudio sobre 'El impacto del cambio demográfico en un entorno cambiante' que, por su interés, merece ser tomado en consideración. Para comenzar, el estudio empieza por subrayar que, aunque las tendencias demográficas más relevantes (reducción de la natalidad, aumento de las expectativas de vida y consiguiente envejecimiento, presión inmigratoria creciente, etc.) se desarrollan en periodos de tiempo muy dilatados, acontecimientos como el Brexit, la pandemia y la guerra de Ucrania (a la que podríamos añadir ahora la de Oriente Medio) pueden acelerarlas de forma dramática, empeorando sustancialmente el problema de caída de la población, bien que de forma un tanto desigual entre países.
Un problema adicional al de la caída de la población es el de su rápido envejecimiento. A principios de la década actual, cerca del 21% de la población de la UE tenía más de 65 años; para 2050, sin embargo, se espera que la cifra se situé en torno al 30%, lo que implicará que la tasa de dependencia de las personas mayores se situará en las proximidades del 57% (esto es, habrá menos de dos personas en edad de trabajar por cada persona de 65 o más años). Este problema, complicado de por sí pues supone una presión enorme para la financiación de las pensiones y la sanidad, se ve agravado por el hecho de que, de forma simultánea, el peso de la población joven en el total no ha hecho más que disminuir en los últimos años, algo que, teniendo en cuenta la mencionada caída generalizada de la natalidad, se seguirá produciendo en el futuro.
Aunque, al menos de momento, estas tendencias no se han traducido en cambios relevantes en la composición demográfica (ni por edades ni por sexo) del mercado de trabajo, sí que se espera que, con una intensidad creciente, tenga un impacto significativo sobre el mismo, probablemente para mal. En esencia, todo apunta a que éste se manifestará en forma de una escasez creciente de población en edad de trabajar y, por lo tanto, en la búsqueda, cada vez más necesaria y urgente, de alternativas para intentar solucionarla. De no hacerlo, nuestro nivel de bienestar peligrará severamente.
Tal y como se ha repetido hasta la saciedad, a corto plazo sólo hay una solución posible: la inmigración de cantidades considerables de población extranjera. Esta alternativa, sin embargo, no cuenta con el consenso necesario como para convertirse en una verdadera solución, pues se enfrenta a enormes reticencias por parte de algunos segmentos de la población de los potenciales países receptores de extranjeros. No deja de ser curioso, sin embargo, el egoísmo (amén de miopía) con el que abordamos este problema, al menos en dos aspectos: por un lado, porque seguimos entendiendo la emigración de forma muy diferente cuando somos receptores que cuando somos emisores de emigrantes (¡qué rápido olvidamos lo que fuimos nosotros en el pasado!) y, en segundo lugar, porque si los emigrantes que vienen a nuestros países están bien formados profesionalmente y/o tienen medios más que sobrados para sobrevivir los recibimos con los brazos abiertos.
Si la emigración ordenada, pero voluminosa, no constituye, de hecho, una solución a la escasez de población en edad de trabajar, la única alternativa que queda es la de poner todos los medios posibles para incrementar la población nativa. El problema es que todas las políticas encaminadas a conseguir este objetivo (que pasan directa o indirectamente por el fomento de la natalidad y la protección a las familias) sólo ejercerán sus efectos –en el supuesto, claro está, de que se diseñen correctamente y apliquen decididamente durante largos periodos de tiempo- dentro de muchos años. En consecuencia, y puesto que en el mejor de los casos el mundo occidental sólo está poniendo parches al problema, parece que el 'invierno demográfico' que estamos viviendo se alargará bastante más de lo deseable.
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