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Las percepciones personales, como las actitudes emocionales o los animal spirits de los que nos habló el más influyente de todos los economistas modernos, el británico John Maynard Keynes, pueden jugarnos, en ocasiones, malas pasadas. Esto ocurre en cualquier esfera en la que entre en ... juego la naturaleza humana y, por lo tanto, también en la esfera económica. En más de una ocasión, la realidad objetiva, tangible y manifiesta, nos dice que las cosas son o se han producido de una forma determinada y tienen unas consecuencias concretas y, sin embargo, nosotros nos empeñamos en verlas de forma diferente, a veces de forma radicalmente diferente.
Ejemplos de que esto es así los hay a montones, pero voy a limitarme a poner dos de actualidad; uno se refiere a los Estados Unidos y el otro a España. El caso norteamericano es paradigmático porque, en gran medida, ha sido el pilar sobre el que se ha asentado la victoria electoral del presidente Trump. Objetivamente, el mandato de su predecesor, Joe Biden, ha constituido un gran éxito desde el punto de vista económico, sobre todo en materia de crecimiento del PIB y el empleo; pese a ello, perdió las elecciones porque, según nos dicen los politólogos, no supo transmitir a los estadounidenses que, a pesar de que la inflación ha tenido sus consecuencias negativas, su situación económica había mejorado sensiblemente. Una gran mayoría de norteamericanos tan sólo percibió la pérdida de poder adquisitivo derivada del aumento de precios, pero no los avances en materia de empleo, servicios sociales, seguridad, etc. Vemos lo que queremos ver, a menudo intoxicados por noticias que son directamente bulos o que, en el mejor de los casos, son medias verdades. La objetividad no cotiza.
En el caso de nuestro país, la situación es muy similar a la norteamericana. Si bien es cierto que si uno quiere sacar punta puede sacarla de todo, el hecho incontrovertible, como señalé en otra columna anterior, es que la economía española tuvo en 2024, dadas las circunstancias y el contexto internacional, un comportamiento excepcional. La economía creció bastante más que la media de nuestros socios y generó un gran volumen de empleo; se redujo el desempleo, se recuperó una parte del poder adquisitivo y disminuyó la desigualdad. Aun así, la percepción de amplias capas de la sociedad, espoleada por determinados intereses políticos poco edificantes, sólo percibe (presta atención a) los problemas existentes, que estamos de acuerdo en que no hay que obviar ni ocultar, pero tampoco magnificar. Al igual que en el caso estadounidense, vemos lo que queremos (o nos hacen) ver.
¿A qué es debido todo esto? Aunque seguro que son muchos los factores responsables de este tipo de comportamiento, estoy convencido de que uno de ellos es que, al menos en el ámbito económico, tendemos a pensar, sin ser conscientes de ello, que todo se dirime en un juego de suma cero: si tú ganas, yo pierdo; si yo gano, tú pierdes. Lo curioso del caso es que este tipo de percepción tendría sentido que surgiera en una situación en la que no se produjera ningún crecimiento económico; en este contexto, es obvio que si algunos colectivos se ven beneficiados es porque otros se ven perjudicados. Sin embargo, cuando se produce una situación de crecimiento económico, cuando, para entendernos, aumenta el tamaño de la tarta a repartir, no tiene por qué darse necesariamente la situación comentada. De hecho, y pese a que la distribución personal de la renta dista mucho de ser la deseada, podemos afirmar que en España ha mejorado en los últimos tiempos; es decir, aunque no todos los ciudadanos hemos mejorado en la misma medida y, con toda seguridad, habrá algunos que hayan empeorado en términos absolutos, el hecho de que la desigualdad haya disminuido nos indica que una gran mayoría ha mejorado, ha recibido un trozo de tarta mayor. Estamos objetivamente mejor y no lo vemos.
Me parece, entonces, que tener unas percepciones más ajustadas a la realidad está en buena medida vinculado con el crecimiento económico y la redistribución de la renta. Lograr tasas de crecimiento más elevadas, aplicar políticas públicas redistributivas e invertir más en educación y formación conforman algunas de las palancas sobre las que hay que actuar si queremos que percepciones y realidad vayan más de la mano y que, simultáneamente, no nos dejemos influir por quienes, casi siempre, persiguen sus propios intereses y no los de la colectividad
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Ana del Castillo
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