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Las expectativas de crecimiento económico para el próximo año son, en general, bastante sombrías. El motivo para que esto sea así es que mientras que algunos de los riesgos globales (guerra en Ucrania y Oriente Medio, tensiones en el Sudeste asiático, conflictos en buena parte ... de África, etc.) no se reduzcan de forma sustancial, algo que no es previsible que ocurra pronto, será difícil que la economía funcione correctamente.
No cabe ninguna duda de que, en el caso concreto de España, las perspectivas económicas para 2024 están muy influenciadas por los factores mencionados, pero también por otro que, desde hace algún tiempo, viene influyendo de manera decisiva, y nada favorable, sobre nuestra capacidad de crecimiento y convergencia con los países más desarrollados: la productividad.
La productividad, entendida como la cantidad empleada de un factor por unidad de producto, se puede medir de varias formas, pero la más común de todas, aunque no la más precisa, es como el cociente entre el PIB obtenido y el número de horas trabajadas. Pues bien, esta magnitud, conocida como «productividad aparente del factor trabajo», no sólo registra en España niveles mucho más bajos que en numerosos países europeos sino que, además, su comportamiento temporal a lo largo del presente siglo apenas ha permitido reducir la brecha que nos separa de los mismos. En efecto, tal y como subraya un reciente Focus de CaixaBank, la productividad aparente del factor trabajo en nuestro país suponía, en 2022, el 76% de la media de la Eurozona y sólo el 63% de la de Alemania; veintidós años atrás, los porcentajes respectivos eran de 74 y 61, lo que, se mire por donde se mire, representa una ganancia relativa demasiado pequeña.
Los factores que explican tanto la baja productividad de nuestra economía como su débil crecimiento son numerosos y, a priori, suficientemente conocidos. Entre ellos, y así lo destaca el Focus citado, hay tres que sobresalen (la calidad del capital humano, el tamaño empresarial y el porcentaje del PIB dedicado a I+D) y en todos ellos flojeamos bastante cuando nos comparamos con nuestros socios comunitarios.
En relación con el capital humano, nuestro problema no sólo estriba en que, en general, es menor que el de los trabajadores europeos, sino, también, en que no lo aprovechamos debidamente: por un lado, porque una parte importante del más cualificado tiene que emigrar y, por otro, porque otra parte sustancial desempeña funciones para las que, curiosamente, están sobrecualificados.
En lo que atañe al segundo elemento, hay que decir que confluyen dos hechos: que nuestro país es un país de microempresas y que estas son, además, las que tienen una productividad más baja: aunque las empresas grandes registran una productividad por trabajador que casi duplica a la de las empresas más pequeñas, estas empresas sólo aportan el 35% de la ocupación nacional cuando en países como Alemania contribuyen con el 66%.
En cuanto al tercer factor, es de sobra conocido que las ganancias de productividad están muy ligadas a la inversión en I+D, inversión que, en gran medida, se materializa en activos intangibles, tales como mejoras organizativas. Por desgracia, en España no se ha prestado nunca mucha atención a este tipo de inversión, lo que justifica, parcialmente, la brecha de productividad. Como muestra, y con datos de 2021, que no son los peores, la cuota de PIB destinada a inversión en I+D se situaba en el 1,3%, cifra que es inferior a la de países como Italia o Portugal, y que está muy por debajo de la registrada en los países europeos más avanzados (Francia, Países Bajos, Finlandia, Bélgica, Austria, Alemania, …).
Por último, aunque el Focus no lo mencione, hay un cuarto factor que contribuye muy activamente a nuestra baja productividad: contar con una estructura productiva en la que la presencia de los servicios turísticos (poco productivos) es demasiado grande.
A la vista de lo expuesto, la pregunta que surge es: si sabemos cuál es nuestro problema y cuáles son sus causas, ¿estamos haciendo algo por remediarlo? Aunque es obvio que se hacen cosas tratando de mejorar nuestra productividad, también lo es que no se hacen con el suficiente empeño o de la forma adecuada. Mi impresión es que solo mediante un pacto entre Gobierno y agentes sociales (empresarios, principalmente) esto tendría solución: el primero, facilitando el marco de actuación empresarial y, los segundos, mejorando su propia formación, su visión a largo plazo, y su disposición a colaborar entre ellos
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